El pacto de los corruptos, según Fernando Jáuregui (I)

Era viernes de pasión: Viernes Santo, de toda la vida en España; aunque a Nacho Chupatetas, Nacho requeteamamantado en el laico turno de la nueva y corrupta Restauración, le disguste que la heroica y gloriosa legión española marque el paso de Semana Santa bajo un Cristo yacente. También, que los cargos públicos, cuyos salarios —según advierte— él sufraga, desfilen en procesional comparsa, y sobre todo, que la legión española, “con su tradición golpista”, se implique en estos desfiles de cristianos. Ello, aunque la legión española no sea ni más ni menos golpista que el autodenominado Partido Socialista “Obrero” “Español”: el PSOE de las JONS (Juntas de Ofensiva Neocon Socialistas, por si acaso: los titiriteros de la ceja —que no los miserables descejados de la cabra—, los tedibautistas del Ministerio Tarifario de la SGAE, los del pingüe asociacionismo guerracivilista, las cerolas en flor de sazón, los medios del presente Régimen con dirigentes del otro, siempre cara al sol que más calienta, etc.), a favor de quien Nacho el Progre, hoy cursor de procesiones, hace campaña día tras día, de manera sistemática y denodada, procurando siempre, al mismo tiempo, meterles, al PP y a la Iglesia, el resuello en el cuerpo. Ni por ideología ni por amor social, qué va; antes bien, por la grasilla del jamón, y porque, como dice José Martínez Soler –incondicional de Nacho y su papá—, “se nos ve el plumero”. Desde luego: «El verdadero amor se ahogó en la sopa. La panza es reina y el dinero Dios.»

Era viernes de pasión, efectivamente, cuando el nazareno virtual de sí mismo Fernando Jáuregui hizo desfilar ante nosotros la dramática procesión de sus tragicómicos pasos; una imaginería de flagelos inconfesables y reparadores ungüentos ante la crónica podredumbre política de España. Su confusa y contradictoria procesión mental, la procesión del Santo Pacto: Un pacto que es un parto (de los montes), es decir, el propio parto del articulista, antepuesto al “de los montes”. Por no decir, también, su personalísima parida.

Es de advertir, ante todo, que, estando todavía pendiente de publicación la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, ignoramos si la trascendental relevancia de dicho parto periodístico pasó desapercibida a la nación o, por el contrario, su doctrina funciona ya como pócima suficiente e impostergable frente a la ciénaga de la corrupción pública, en el centro neurálgico de la cual, y revolcándose en ella, chapotean no pocas gesticulantes y melodramáticas vocaciones al servicio de España. Corrupción, adviértase de paso, que asimismo corrompe la integridad ética de los medios de comunicación —digitales incluidos, como el que el mismo Fernando Jáuregui dirige— cuando desde distintas instituciones, especialmente oficiales, se les silencia a cambio de publicidad razonablemente remunerada. Es la integridad (h)ética del do ut des: eso que, desde el permanente quid pro quo en que viven, algunos cachondos llaman deontología, pensando sin duda en aquella odontología que mejor les permita hincar el diente.

La solución de Fernando Jáuregui no parece discutible; sobre todo, cuando tan indubitablemente proclama: «Siendo, como soy, firme partidario de un pacto de Estado.» En tiempos tan febles, ¿cómo atreverse a poner en tela de juicio una declaración de esa firmeza; avalada, aún encima, por la sacrosanta invocación al “pacto de Estado”? Por lo visto, a ésta del “pacto de Estado”, se la tiene por la purga de Benito que habrá de evacuar el atracón de codicias y males que colapsan España, generados mayormente por la bacteria sociopolítica de la corrupción; males cuya presidencia, por méritos propios, corresponde a la caterva de descompuestos parapetados tras el pestilente, valetudinario y ya manido exculpatorio del “hay muchos políticos honrados”, aunque apenas se les vea: ni por lo que hacen, ni por lo que permiten, ni por lo que, omitiendo, tantas veces consienten hacer.
Contra la corrupción, demanda pues, el señor Jáuregui, un “pacto de Estado”, a la vez que, con ello, una hilarante contradictio in terminis, de donde parece razonable inferir que este señor cree conocer, aunque apenas conozca, el significado social, político e histórico de los vocablos “pacto” y “Estado”; y más estupefacientemente aún, el del círculo cuadrado formado por la extravagante conjunción de ambos. Un axioma de lógica histórica fedata, sin embargo, que el-Estado-no-puede-pactar, pero no porque no deba, sino por una previa razón elemental: la ética no pertenece al reino de lo medios, y el Estado —artilugio máximo, invento cultural de Occidente— constituye, entre los sociales, el Gran Medio, o lo que es lo mismo, el medio de los medios.

El Estado, necesariamente vinculado, en cuanto que sí mismo, a una extensión social, no existe, no lleva ahí, desde siempre. Antes bien, la sociedad, que lo columbra e inventa, le preexiste sin posible viceversa. Ya no se diga el Estado moderno, sobre el que cierta cuenta y razón podemos dar los españoles.

Por lo mismo, éticamente, el Estado no es “bueno” ni “malo”, sino, como la guillotina, un estrictísimo medio instrumental inventado por el hombre, no más que para la consecución de determinados fines, los cuales, se ha dicho siempre, no justifican los medios. Y así como aquélla sirve tanto al fin de cercenar cabezas como al de cortar resmas de papel con que poder imprimir después la Biblia, el Quijote o la Teoría General de la Relatividad, el instrumento estatal, según sirva a unos u otros fines y dependiendo de quien políticamente, en cada circunstancia histórica, disponga de sus resortes, podrá beneficiar a su propia sociedad o, por el contrario, conducirla sin remedio directamente al caos. Para entenderlo no se necesitan grandes esfuerzos: piénsese un poco en qué le sucedió a la sociedad alemana cuando, inmersa en su Tercer Reich, el nacionalsocialismo se hizo con dichos resortes.

(Cfr. «El pacto de los corruptos, según Fernando Jáuregui (II)»)

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R. Malestar Rodríguez
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(12/4/10)

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Autor

Roberto Malestar Rodríguez

Roberto Malestar (Vigo). Heterodoxo; filósofo —licenciado, graduado y doctorando en filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela. Publicista, ensayista y articulista. Es, además, letrista e intérprete de tangos, folclore hispanoamericano y otros géneros.

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