Fernando Jáuregui – La semana política que empieza – Banderas con el águila, banderas tricolores


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

La tarde del sábado fue especialmente chispeante en Madrid: ganaban las segundas en la convivencia entre las banderas bicolores y las tricolores republicanas. Me refiero, claro está, a la manifestación a favor de las víctimas del franquismo (y a favor del juez Baltasar Garzón), que congregó a unos miles de personas no solamente en las calles de la capital española. Paralelamente, no lejos de los garzonitas, no más de un centenar de personas, con banderas en las que sobre la enseña nacional primaban las inconstitucionales «del águila», reivindicaban la memoria de José Antonio Primo de Rivera; que, por cierto, no estoy seguro de que sea demasiado bien conocido por ese cuarenta por ciento de españoles que no tuvieron la desgracia de sufrir los rigores arbitrarios del franquismo ni su mixtificación de la Historia.

Es el caso que testigos presenciales -no lo ví personalmente, lo admito_ me cuentan que manifestantes que salían de una marcha, con su distinción republicana al hombro, se cruzaron con un par de mozalbetes que, portando sus telas nostálgicas, marchaban hacia sus casas. Se miraron y siguieron andando en silencio, sin siquiera caer en la racial tentación del insulto. Si la anécdota es cierta, y creo que lo es, me parece esperanzadora: ¿existen atisbos de tolerancia en la sociedad cainita? No sé, no sé…

Conste que de ningún modo quiero equiparar una manifestación con otra: ni me gustan demasiado, en general, ni nunca, desde luego, hubiese asistido a la falangista, una reunión de amiguetes pintorescos y desenfocados. Pero tampoco me apetecía para nada ir a la otra, convocada con un eslogan tan absurdo como posicionarse contra un fascismo que en España ya se ve que se encuadra en una «manifa» de un centenar, algún niño incluido, de gentes extrañas, por decir lo menos.

El respeto a las víctimas, del franquismo o de cualquier movimiento terrorista, exige, creo, otros planteamientos menos folclóricos, más allá de sacar a pasear banderas nostálgicas y que también, como las del águila, van contra el sistema: un Estado es grande cuando, en torno a su bandera oficial, se congrega toda la ciudadanía. Y, por otro lado, pienso que incluso la defensa de un juez, Garzón, polémico por encima de todo, aunque ahora quizá no del todo justamente atacado, debe pasar por otros parámetros ajenos a la simplificación del griterío callejero y del contenido de algunas pancartas desconcertantes. Que me parece que toman a Garzón como pretexto para vocear planteamientos que ni el sistema ni la normativa legal contemplan.

Confío en que la manifestación del sábado -la que se corresponde con esta clasificación, no la algarada de los cien «fachas»–, que no careció de algunos componentes de crispación, haya servido de vacuna para que, a partir de esta semana, hablen quienes tienen que hablar: jueces y juristas con argumentos de peso y, es de esperar, no de demagogia. Qué duda cabe de que el «caso Garzón» no ha acabado aquí y que seguirán retorciéndose las leyes a favor o en contra de las distintas posiciones en las que se han refugiado las dos españas; ojalá que, al menos, el debate discurra por cauces menos… ¿esquemáticos? que hasta ahora.

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