Fernando Jáuregui – Los sindicatos de la gran polémica.


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Andan algunos sectores activos como nunca ante este primero de mayo. La descalificación de los sindicatos tradicionales está a la orden del día, y no solamente en ámbitos del principal partido de la oposición: lo cierto es que algunas encuestas -tengo ante mí una elaborada por el Consejo del Notariado sobre confianza en instituciones y grupos sociales- corroboran el bajo nivel de prestigio de las organizaciones de trabajadores, que son vistas como una casta gremial, atenta solamente a los intereses de sus «liberados» y más pendientes de mantener «privilegios» de quienes tienen trabajo que de abrir oportunidades a quienes no lo tienen.

Jamás he compartido estas descalificaciones globales, aunque reconozco que mi entusiasmo por la actividad de los sindicatos ha bajado algunos enteros últimamente. No entiendo, lo confieso, algunas reivindicaciones ni la ausencia de otras. Ni tampoco ese excesivo compromiso con el Gobierno de Zapatero que parece mantener al menos una de las dos grandes fuerzas sindicales, la UGT de Cándido Méndez, persona hacia la que, por lo demás, siento la mayor consideración.

Puede que este Primero de Mayo sea el más difícil que han debido afrontar los sindicatos desde que, en 1976, España comenzó a recuperar las libertades. Quizá por ello, porque todos vivimos en el desconcierto en este universo tan cambiante, la organización de las manifestaciones de este año se realizó bajo un eslogan algo ambiguo, «Por el empleo con derechos y la garantía de las pensiones»; un lema que no parece representar las tensiones y aspiraciones del mundo laboral, afectado por la elevada tasa de desempleo, la negociación con la patronal y el Gobierno para la reforma de algunas estructuras obsoletas y el cambio de las estructuras económicas y financieras en general.

A nada de ello se da respuesta, en principio, en esta convocatoria. Cierto es, sin embargo, que hay que elogiar la prudencia de unas organizaciones sindicales que saben que nada se conseguiría manteniendo actitudes reivindicativas «duras» en medio de la crisis. Pero esta táctica, que sin duda favorece los intereses del Gobierno, está resultando poco rentable para la popularidad de los sindicatos «de clase», que se muestran poco imaginativos a la hora de ofrecer soluciones para superar una crisis que nos lleva camino de los cinco millones de parados y de la destrucción de buen número de pequeñas y medianas empresas.

La verdad es que nunca como en este Primero de Mayo hemos sido todos más conscientes de hasta qué punto ha cambiado el mundo de las relaciones laborales. Jamás volverán las cosas a ser como eran hace tres, dos años. Nunca como ahora percibimos la distancia entre unas estructuras anquilosadas, herederas del proteccionismo franquista, y las exigencias, tantas veces arbitrarias, crueles e injustas, de una economía globalizada, liberalizada, a menudo incomprensible hasta para los mismos «gurus» inspiradores de esta marcha económica.

Puede admitirse, incluso, que estas marchas callejeras hayan quedado desfasadas; pero, en mi opinión, nunca estará de más que los trabajadores recuerden a quienes pretenden dirigir sus destinos que ellos están, estamos, ahí, reclamando derechos que algunos pretenden olvidar. Tal vez por eso, solo por eso y sin perder un ápice de capacidad crítica para con la trayectoria de estos sindicatos, pese a todo imprescindibles, es posible que yo también acuda a la manifestación de este Primero de Mayo.

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