Antonio Casado – Montilla en su laberinto.


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

Ocurre de vez en cuando en el trato político del PSOE con su franquicia catalana. Lo último es poner en duda la eficacia de Zapatero como reclamo electoral para los socialistas catalanes (PSC). Lógico, pero sólo hasta cierto punto.

Zapatero presumió siempre de haber apadrinado el nuevo Estatuto de Autonomía. Ahora, cuando el Tribunal Constitucional lo pone en entredicho, se pone de parte del Tribunal Constitucional, acosado por el llamado «frente catalanista», y no del Estatuto, que siempre consideró su obra predilecta, como le recuerda el consejero Castells al afearle que se refiera al Estatut «como si no fuera con él».

Pero el presidente del Gobierno de la Nación no puede hacer otra cosa que atenerse al normal funcionamiento de las instituciones, aún comprendiendo políticamente la irritación del catalanismo, socialistas incluidos, puesto que el Tribunal Constitucional ha sido incapaz de emitir un fallo después de cinco intentos. Por otra parte, su vigente composición está seriamente averiada, con un magistrado fallecido, otro recusado y cuatro cuyo mandato expiró hace dos años y medio.

Estas son las coordenadas del choque entre los dirigentes del PSOE y del PSC. Zapatero y Montilla, sus respectivos líderes, se han visto obligados a cruzar responsabilidad institucional y compromiso político. El resultado ha dado lugar a formulaciones verbales que están dando mucho juego. Montilla sostiene que para él Cataluña está por encima de la unidad de acción de los socialistas. Y Zapatero, que no sintoniza con las pretensiones del PSC para que el actual Tribunal Constitucional se declare incompetente en relación con el Estatut, dice ahora sentirse más cómodo con el término «nacionalidad» que con el de «nación» si se trata de definir la identidad de Cataluña.

El socialista Montilla aparece embarcado en la enésima percepción nacionalista de los agravios de «Madrid», entendido el término como causa de todos los males de Cataluña en el imaginario nacionalista. El problema de Montilla es que ahora los que gobiernan en Madrid son los suyos. De modo que, si no quiere dejarle hecha la campaña a su competidor, Artur Mas, está abocado a enfrentarse con su gente, en el PSOE y en el Gobierno de la Nación, donde se le pide lealtad a las instituciones del Estado.

Difícil papeleta para el president. Como queda dicho, si no se enfrenta a «Madrid», le deja la campaña hecha a los nacionalistas de CiU. Pero es que si deja de enfrentarse, para alinearse con las tesis de Zapatero sobre la legitimidad del vigente Tribunal Constitucional, también le dejaría el campo libre a quien aspira a sustituirle en la Generalitat, pues los nacionalistas le acusarían de no haber defendido lo suficiente el Estatut. Ese es el laberinto en el que está atrapado hoy por hoy José Montilla.

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