Lo peor es que Angel Cristo se perdió los aplausos del público en su última función porque estaba solo
El mundo del colorín se tiñe últimamente de oscuro, la penosa muerte de Angel Cristo está dando mucho que hablar. Si durante las décadas de los 70 y 80 fue un «magnate del circo», los últimos años de su vida estuvieron marcados por las drogas y el alcohol.
Esas dos adicciones le llevaron a cometer muchos errores con sus seres más queridos, primero con Bárbara Rey, quien declaró en varias ocasiones haberse sentido vejada y maltratada por el domador, y después erró con sus hijos Angel y Sofía, a quienes no les respondió como padre ejemplar.
Todo esto no lo digo yo, son todos ellos quienes siempre han contado abiertamente, en su derecho están, sus desgracias y desavenencias familiares.
Bárbara y Sofía son claras y directas en sus manifestaciones, se parecen mucho en su forma de ver la vida, en sus percepciones de la realidad, Angel Cristo Junior es más introvertido, de este puedo opinar más bien poco porque apenas he coincidido con él en un par de ocasiones, pero he visto de cerca como se desenvuelve en un plató y resulta más bien apocado, no tiene la madera televisiva de su madre o de su hermana.
Ellas saben vender bien las historias de sus vidas y aunque parezca fácil no todo el mundo sale airoso en el arte de la oratoria.
La muerte de Angel Cristo ha abierto un mar de interpretaciones en cuanto a la reacción que tanto durante el velatorio como en el entierro han adoptado la ex del domador y sus dos hijos; ¿por qué lloran su muerte cuando apenas tenían contacto con Angel?, ¿su pena está superdimensionada?,
¿Por qué después de tantos reproches y mal rollo, Bárbara Rey le escribe en una corona la frase; «eres el hombre de mi vida»?, otros se preguntan ¿por qué Angel y Sofía no intentaron un acercamiento con su padre cuando eran conscientes del decadente estado de salud del domador?
Todas estas cuestiones se plantean en los platos de televisión, no está de más opinar, es enriquecedor, el error es caer en juzgar el comportamiento que han tenido estos dos hermanos con su padre. Ellos sabrán, creo que en esa relación fraterno filial hay muchos capítulos que no han visto la luz y que tal vez nunca la vean.
Yo le hice la última entrevista a Angel Cristo en el Hospital de Linares (Jaén) donde permaneció ingresado más de una semana, una caída le provocó la rotura de varias costillas, ese era el envoltorio de su ingreso, pero la realidad era otra muy distinta.
Cuando entré en esa triste e inhóspita habitación me encontré con un hombre destrozado anímicamente, no incido en el deterioro físico porque era algo evidente, la depresión que venía sufriendo desde hace años le había dejado unas huellas imborrables, le costaba trabajo andar, estaba como perdido.
Recuerdo que los enfermos y familiares de esa planta me contaban que pedía monedas para ver la televisión, desolado y absorto en sus pensamientos se metía a veces en el baño para fumarse un cigarro, eso le relajaba.
Recuerdo también que poco antes de comenzar la entrevista en directo para «Espejo Público», Angel me hizo parar para peinarse, quiso asearse y lo hizo arrastrando el suero que llevaba adherido mediante una vía en su mano derecha, salió del baño y no dudó en pedir gomina a las enfermeras del hospital, lógicamente las risas no se hicieron esperar: «¿pero cómo vamos a tener gomina en un hospital?», le espetó con descaro una auxiliar. «¡Esto no es una peluquería!».
Esa reacción del domador me provocó la sonrisa, al margen de lo desgraciado que Angel Cristo fue en esos últimos años, culpable o no de su desgracia, no seré yo quien le juzgue, no se puede negar su valía y su entrega profesional, el detalle de la gomina me hizo pensar que una estrella del show lo es hasta el último día de su vida.
Lo peor es que Angel Cristo se perdió los aplausos del público en su última función porque estaba solo.