Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – La semana en la que se despeñó Zapatero


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

Creo que no conozco a nadie, sea persona individual o colectiva, que no haya criticado esta semana, privada o públicamente, a José Luis Rodríguez Zapatero. Los medios más compasivos comparaban su rostro ojeroso con el de la sonrisa del talante, hace ya seis años. Defender a Zapatero se ha convertido en misión arriesgada, imposible, e incluso mantener pretensiones de objetividad con respecto a su persona hace que ciertos sectores, instalados en los radicalismos, te consideren sospechoso de cosas como «pesebrismo» o peores. No intentaré, desde luego, defender al indefendible Zapatero, por cuya semana agónica he sentido la lástima que generan lo irremediable o las consecuencias de los actos realizados con buena voluntad pero con escasa sabiduría. Zapatero, en suma, está perdido. Pero el suyo se va a convertir en un fracaso en cierto modo admirable, pese a los muchos errores que, desde el «plan de las aceras» hasta el «fallo tipográfico» en la Gaceta oficial jalonan la actividad última del hombre aún más poderoso de España.

La transformación de ese hombre se completó precisamente esta semana, la siguiente a la que albergó la mutación del ZP Jekyll, que prometía no bajar un peldaño del estado de bienestar y de las conquistas sociales, en el Zapatero Hyde, que, admitiendo las presiones insoslayables de sus colegas europeos -algunos de los cuales también perderán la cabeza en la guillotina de las próximas y respectivas elecciones–, se cargó de un plumazo promesas de mantenimiento de pensiones, compromisos salariales a los funcionarios, el teóricamente intocable pacto de Toledo y hasta la seguridad jurídica del «Boletín Oficial del Estado». Pero, y ahí va lo del fracaso admirable, tenía que hacerlo.

Porque lo peor es que en el terrible debate parlamentario en el que el presidente del Gobierno no osó ni levantarse de su escaño para dirigir unas palabras a Sus Señorías -dejó toda la faena en manos de un cualificado miembro de su cuadrilla, la señora Salgado, aunque los tiros de todos los oradores fueron dirigidos contra él, y no contra la vicepresidenta–, la totalidad de los presentes sabía que no se podía hacer otra cosa. El «decretazo», no sé si con pensionistas incluídos o sin ellos, era imprescindible para atender las exigencias de Merkel, del amigo «Sarko», hasta de Obama. Nadie se engañaba sobre el grado de autonomía que le queda al inquilino de La Moncloa, y menos que nadie el político de moda, Josep Antoni Duran i Lleida, a quien ahora el Partido Popular acusa de, por haberse abstenido en la votación del decreto en lugar de votar en contra, nada menos que sostener el cadáver aún incorrupto del Gobierno socialista.

No me convencen los argumentos que dicen que Duran, aun regañando con extrema dureza al presidente, se abstuvo, dando algo de vidilla a ZP, para evitar que este convoque unas elecciones anticipadas coincidiendo con las catalanas (que seguramente, por cierto, se celebrarán el 24 de octubre, aunque no estén oficialmente convocadas). Lo dudo. Dudo mucho que el terco Zapatero haya pensado en algún momento en disolver ahora las Cámaras, y menos aún si quien se lo pide son Rosa Díez o el propio Duran, que, por si acaso, recomienda esperar hasta después de los comicios catalanes, no como la impetuosa doña Rosa, que pide «elecciones ya».

Viajeros a La Moncloa aseguran que el enquistamiento del presidente llega hasta el punto de no admitir siquiera que esté pensando en hacer una remodelación de su abrasado elenco ministerial. Dicen que todavía cree que los escándalos de corrupción en el PP, los éxitos contra el terrorismo o futuras fotos con el mago Obama, además de los diez millones de votos fijos con los que cuenta el socialismo, le pueden sostener en el podio. Y, si no, alegará como última línea de resistencia que se quemó en cumplimiento del deber, sin pensar en los réditos electorales.

Claro que las afirmaciones de ZP valen lo que dura una jornada. Y los sectores descontentos son ya demasiado abultados como para esperar tranquilamente a que las aguas se calmen. Esa semana, Zapatero tendrá que enfrentarse a la reforma laboral que las fuerzas sociales, cada cual con su procesión interna a cuestas, son incapaces de consumar. Luego, dará carpetazo a la grisácea presidencia europea, en medio de las primeras tensiones sociales de su mandato. Luego… luego ¿qué? Algo se le ocurrirá. Hoy, por ejemplo, toca jornada de las Fuerzas Armadas, y mañana… Como la protagonista de «Lo que el viento se llevó», ya lo pensará mañana, que la improvisación, tan denunciada por Mariano Rajoy, es cualidad de dioses. O con la que los dioses buscan perder a los que eligen para el despeñadero.

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