MADRID, 13 (OTR/PRESS)
Tengo para mí que la euforia, la alegría desatada por la victoria de la Selección en el Mundial y su traslación a las calles en forma de multitudinarias manifestaciones de fiesta se escapa del ámbito de la sociología para adentrarse en la política. Por decirlo en pocas palabras: la veintena de jóvenes futbolistas que integran la Selección han conseguido con su victoria lo que ningún político de ninguna otra época de la Historia de España había conseguido: unir a la mayoría de los españoles alrededor de la bandera nacional. Sólo los españoles sabemos lo que esto significa; lo que, por insólito, tiene de excepcional.
A la espera de que comparezca algún listillo para decirnos que según un nuevo método infalible de medición no eran centenares de miles los ciudadanos que jalearon el paso de la caravana de los triunfadores, hay que decir que nunca antes se había visto en las calles de la capital a tantas personas con una bandera española en las manos o caminando envueltos en ella. La enseña que es el símbolo de la unidad del país. Los políticos que durante tantos años se acercaron a la bandera para monopolizarla o repudiarla -según fueran sus intereses- han recibido una lección tan espontánea como magistral: la bandera es de todos.
De los de derechas y de los de izquierdas; del centro y de las esquinas. De quienes votan y de quienes pasan de la política. Ya digo, por la magnitud, por lo abultado de la multitud, nunca antes habíamos visto nada semejante. Pocas veces se habrá empleado con tanta propiedad el sintagma «pueblo español». El pueblo se echó a la calle para saludar a los vencedores y la manos se llenaron de saludos y banderas. Por unas horas, los españoles hemos abandonado la senda de Caín, las peleas fratricidas que apareja toda nuestra larga Historia y el cambio nos ha gustado. Hemos sido felices. Ha sido la otra gran victoria de la Selección. Que tomen nota los políticos que se dedican a crear problemas ofreciéndose, después, para buscar la solución.
