Charo Zarzalejos – Los bolillos catalanes


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

Se sabe que para ahorrar hay que eliminar gastos, que para mantener limpia una ciudad hay que poner papeleras y tener un buen servicio de recogida de basuras. Sabemos también que no todo lo que se pretende se alcanza y damos por seguro que el error forma parte de la condición humana. En el fondo, podemos afirmar que sabemos muchas cosas y que algunas certezas tenemos. El problema o el reto, según se mire, se presenta cuando no se tienen claros los límites entre lo verdadero y lo impostado, cuando no se tiene la certeza de que lo que está a la vista es el resultado de lo que en el fondo subyace.

Algo de todo esto ocurre cuando de Cataluña se trata. Resulta que allí, en Cataluña, se celebró el éxito de la selección en el Mundial, afloraron banderas españolas y del último muestreo del CIS no se desprende que los ciudadanos catalanes vivan angustiados por la sentencia del Constitucional. No parece que los ciudadanos catalanes, en su inmensa mayoría, se levanten todos los días con el estómago cerrado porque España no les entiende y ni mucho menos angustiados por su identidad. ¿En qué consiste esta identidad? ¿Cuáles son los elementos que la conforman y que según algunos está seriamente amenazada?

España nunca ha sido país fácil, ni tiene que serlo si por «fácil» se entiende «uniforme»; pero en algún momento debe dejar de ser un problema. En algún momento España debe ser «solución» y no «problema». Pero en el asunto catalán ¿dónde acaba la realidad y comienza la impostura? Creo que la realidad catalana es mucho más plural de lo que su clase dirigente trata de hacernos ver y que, aunque pueda sentirse molesta con la sentencia del TC, en ningún modo vive la realidad con el tono casi dramático, como si de supervivientes se tratara, que nos trasladan no sólo los partidos nacionalistas _que están en su papel_ sino el propio José Montilla.

La respuesta del Gobierno es la de la compresión. Ha faltado decir eso de «pobres catalanes». Bien está que el Ejecutivo no quiera echar leña al fuego, pero resulta llamativo ver la naturalidad con la que tanto ministros como destacados dirigentes socialistas modifican su discurso según sea éste público o privado. Resulta llamativo el percibir el pavor que le produce al Gobierno que las aguas catalanas se revuelvan. Más llamativo resulta todavía persistir en la estrategia, cuando el propio tripartito sabe que tiene a la gente agotada y saturada, cuando los socialistas saben que sus veleidades nacionalistas les va costar votos, cuando es seguro _y lo saben_ que se haga lo que se haga siempre habrá insatisfechos porque en la insatisfacción está su razón de ser .

El Gobierno y el PSOE están haciendo encaje de bolillos con el asunto catalán. Lo que mejor se entiende de todo lo que dicen es que el PP es el enemigo del autogobierno de Cataluña. A partir de ahí, se acata la sentencia, pero no gusta; en contra de lo que parezca resulta que Montilla, aunque la misma le toque las narices, está cumpliendo a la perfección su papel institucional. Y ahora se plantea una modificación de la Constitución, posibilidad prevista por la propia Constitución, para que Cataluña pueda ser la nación que ahora no es, por mucho que el Presidente, en un alarde de bolillos dialécticos, llegue a hablar de «nación política».

Afirman algunos responsables políticos que Cataluña es un problema español, de manera que España tendrá que buscar una solución. Pero… ¿qué solución? Que nadie crea que el problema de fondo es tener o no un Consejo Judicial propio, o mayor o menor presencia en organismos internacionales. Quienes demandan solución desde España, deberían decir cuál es el problema, en qué consiste la identidad ahora, al parecer, tan dañada. Deben decirlo de modo y manera que lo entendamos todos, que no haya lugar a interpretaciones. La clase política catalana se han enganchado en sus propios bolillos y el Gobierno y el PSOE se han dejado enganchar. Y así, mientras Montilla y Zapatero se reúnan en Moncloa, Artur Mas pensará en su futuro gobierno.

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