Rosa Villacastín – Las sabias de la tribu.


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Hace unos días, en un debate en televisión, alguien me preguntó cómo me sentía perteneciendo a la generación de las «invisibles». Tuvieron que repetirme la pregunta porque no daba crédito a lo que estaba escuchando: ¿Invisible yo? ¿Por qué tengo que sentirme invisible? ¿Por haber pasado la barrera de los sesenta? ¿Por pertenecer a esa generación de mujeres que lograron la tan ansiada igualdad, por haberme tomado la píldora, por haber derribado barreras sexuales que hace treinta años parecían insalvables, por qué tengo que sentirme invisible, por qué?.

Qué la pregunta me la hiciera una mujer que ronda los cuarenta y cinco, fue lo que me dejó los ojos a cuadros, más viendo su cara de sorpresa ante mi falta de complejos, pero sobre todo ante mi firme actitud de negarme a aceptar que los años sean un impedimento para seguir luchando por vivir, por conseguir el total reconocimiento de la mujer, independientemente de la edad que tenga, o de las arrugas que adornen su cara y su cuello.

Días después de ese episodio fui a ver el documental de Mabel Lozano «Las sabias de la tribu», que trata precisamente sobre esa generación de españolas que han pasado la barrera de los 60, que son las mismas que alcanzaron la mayoría de edad en los estertores del franquismo, que estrenaron democracia, responsabilidades políticas y laborales, que probaron la píldora anticonceptiva, el divorcio, la libertad sexual, los tampones, los parches para la menopausia, las cremas para la piel madura, la cirugía estética, el botox, algunas de las cuales hoy ocupan sillones en los consejos de administración, que están en primera línea de la política o de la economía, como es el caso de las vicepresidentas primera y segunda del gobierno de Zapatero, o ejerciendo el papel de abuelas o de madres de sus propios padres, pero todas intentando aprobar algunas asignaturas que les quedaron pendientes porque cuando pudieron hacerlo no lo hicieron porque tenían otras prioridades que atender. Una generación a la que pertenecen mujeres tan conocidas y emblemáticas como Concha Velasco, Carmen Maura, Teresa Campos, Celia Villalobos, Cristina Almeida o Carmen Alborch, quién ha declarado recientemente que «Con los años he ganado serenidad, arrugas y sentido del humor».

Tres ingredientes importantes para cualquier edad, pero fundamentales en esta etapa de nuestra vida, a la que hay que encararse con valentía, sabiendo que el futuro tiene fecha de caducidad, que no puedes parar el tiempo, y que peor que cumplir años es no reconocerte en la imagen que te devuelve el espejo.

Conozco mujeres que en su lucha por mantenerse eternamente jóvenes, ya no recuerdan como eran, y a otras que han sabido aceptar con una sonrisa en los labios que su piel ya no sea tan lisa ni su cintura de avispa. A este grupo pertenecen la mayoría de las que nos topamos en la calle, y que según las últimas encuestas, alcanzan los tres millones el número de españolas que tienen entre 55 y 65 años. Una cifra lo suficientemente importante como para que empecemos a reivindicar nuestro derecho a cumplir años, a no ocultar la edad porque no nos da la real gana, y porque peor que cumplir años es no cumplirlos.

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