MADRID, 6 (OTR/PRESS)
Quien ha ganado y quien ha perdido lo sabemos todos; el que más claro lo ha dicho en la familia socialista ha sido el «abuelo» Alfonso Guerra. Quienes apoyaban a la derrotada, Trinidad Jiménez, han perdido con ella, incluidos José Blanco, Rubalcaba y por supuesto Zapatero; y solo quienes apoyaban al triunfador, Tomás Gómez, han ganado con él. Y lo demás son ganas de hacer de la necesidad virtud, o peor, incurrir en impostura. Como ha dicho Zapatero, todo el mundo puede equivocarse; pero nadie, ni siquiera él, puede ganar cuando pierde.
Dicho lo cual, este espectáculo de «tonto el último» en socorro del vencedor es bochornoso pero muy humano, propio de la miseria de la condición humana. Si Tomás Gómez hubiera perdido las primarias de Madrid estaría solo, como sola se ha quedado Trinidad Jiménez tras ser derrotada. En bloque, sin rubor ni solución de continuidad, la dirigencia socialista dice ahora haber descubierto un líder en Gómez, con la misma cara de acabar de caerse del guindo que el reaparecido José Barrionuevo dijo haber descubierto en sus tiempos de ministro del Interior a la Guardia Civil. Gómez no es ni el tonto de antes ni el listo de ahora, con perdón, los ojos que le miran son los que han cambiado, no él; pero la victoria tiene el poder de volvernos atractivos, qué digo, irresistibles, desde que el mundo es mundo.
La pregunta, para mí, es ¿qué credibilidad tendrá Zapatero cuando jalee, ensalce, aplauda y comparezca junto a Gómez, en la campaña en la que deberá medirse con Esperanza Aguirre*? ¿Y la credibilidad del propio Gómez, hoy hombre de moda, pero en el que no creía ni la dirección máxima de su propio partido como contrincante capaz de batir a la popular presidenta madrileña? Lo veremos, pero mi opinión es que poca o ninguna credibilidad pueden tener. Es ya casi una cuestión de memoria histórica. La confianza ciega que parecen tener los políticos en que nos olvidemos de sus meteduras de pata – el famoso «ya escampará» – guarda relación con el principio de la sociología electoral de que la memoria de los votantes no se remonta más allá de los cinco o seis meses anteriores a los comicios, que es lo que falta, en números redondos, para las autonómicas de las que hablamos, medio año largo el 22 de mayo de 2011.
