El Abanico – Rosa Villacastín – La monarquía británica se renueva.


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

El compromiso del Príncipe Guillermo de Inglaterra con Kate Middleton, pone sobre la mesa dos temas importantes. El primero, la elección de una plebeya, sin antecedentes aristocráticos, para ocupar en un tiempo no muy lejano el trono de Inglaterra. Una decisión bastante común entre los futuros reyes europeos, que pone los pelos como escarpias a los más puristas, pero que es lo que demandan los nuevos tiempos. Entre otras razones porque hay pocas princesas y las que hay ya no están dispuestas a sacrificar su felicidad por el bien de una institución, que lo quieran o no, va perdiendo la esencia de su razón de ser, con el peligro que eso supone para su propio futuro y supervivencia.

Con la boda de Guillermo el más perjudicado es precisamente su padre, si como parece la Reina Isabel está más por la labor de que le suceda su nieto que su primogénito el Príncipe de Gales. Lo que no dejaría de ser una jugarreta del destino para un hombre que se ha preparado concienzudamente para ocupar un trono que se le resiste por las pocas simpatías que despierta entre los británicos. No porque no esté capacitado para reinar, que lo está, sino por lo mal que lo hizo antes y después de contraer matrimonio con Lady Di. Casarse con una jovencita de 18 años pensando que esta iba a aceptar de buen grado que estuviera enamorado de Camila Parker, es desconocer a las mujeres, a las mujeres de hoy, que nada tienen que ver con las de antaño.

El que Guillermo haya regalado a Kate el anillo que lució Diana de Gales el día de su compromiso con el Heredero al Trono, tiene un simbolismo especial, que no habrá pasado desapercibido a su padre y mucho menos a Camila, la mujer que ocupó un lugar preferente en el corazón de Carlos, y que más hizo sufrir a su madre, a la que esos dos niños adoraban porque si bien es cierto que Diana cometió grandes equivocaciones debido a su inmadurez y a las muchas humillaciones de que fue objeto por parte de su familia política -empezando por la Reina y acabando por su propio marido-, lo que nadie cuestiona es lo mucho que quería a sus hijos, que son su vivo retrato, y a los que inculcó su amor por los más desfavorecidos, y una cierta rebeldía a la hora de comportarse públicamente.

Que Kate pertenezca a una familia de clase media tiene grandes ventajas -sabe lo que cuesta pagar una hipoteca o salir adelante en un mundo lleno de dificultades-, pero también grandes inconvenientes. El mayor reto al que tendrá que enfrentarse la futura Princesa de Gales será el marcaje mediático al que va a ser sometida a partir de que se ha oficializado su compromiso. Un marcaje mayor del que puedan sufrir la Princesa de Asturias, Rania de Jordania, Máxima de Holanda o Mary de Dinamarca, porque hay que conocer a los periodistas ingleses para comprender lo que son capaces de hacer con tal de conseguir una exclusiva o poner en ridículo a un miembro de la Familia Real. Marcaje despiadado que sufrió en sus carnes la propia Diana y que fue uno de las causas, no la única desde luego, del accidente de tráfico que le costó la vida una noche en Paris.

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