Rafael Martínez-Simancas – Sin etiqueta – La digestión de la uva.


MADRID, 11 (OTR/PRESS)

No conozco otro alimento que sea de digestión más lenta que las doce uvas que tomamos para celebrar la llegada del Año Nuevo. Fíjense sí será lenta la digestión que nos ha llegado a esta segunda semana de enero en la que, realmente, comienza el año.

Hasta el momento lo que hemos hecho ha sido la rumiar la uva en sus diversas formas: ya sea jornadas intensivas de compras para Reyes, o tardes de parchís con la familia, o disfrutar de las películas que se repiten cada Navidad con cansina frecuencia. Y, el Gobierno, igual porque cuando se trata de ser holgazanes todos somos nos comportamos como una gran familia. Y junto al gobierno el resto de administraciones que han pospuesto la solución de muchos problemas. Pero, una vez pasada la digestión de la Uva, nos volvemos a encontrar con las mismas dificultades que teníamos aparcadas: la inestabilidad económica local, las dudas en el sistema financiero basado en el euro, el paro, y un cierto pesimismo global que se extiende como tarde plomiza sobre el horizonte. Ante esa perspectiva caben dos opciones, la primera es testar el nivel de firmeza de la madera con la frente, (darse cabezazos), o buscar alguna escapatoria audaz que nos sirva para capear el temporal y alejar el mal tiempo. Dice el sicólogo Javier Urra que la felicidad es una obligación moral, tenemos que ser felices necesariamente con aquello que la vida ha puesto a nuestro alcance. Otro profesor, en este caso José Antonio Marina, hace tiempo descubrió el concepto de «felicidad zoom», lo acuñó al ver cómo en una triste pared de cemento crecía un frondoso musgo. Nadie lo había llevado hasta allí, pero la vida hizo lo posible para que la combinación de los elementos diera aquel resultado tan colorido y sorprendente. Sólo era necesario pasar y detenerse ante aquel improvisado jardín; pero no todo el mundo lo hacía porque no todos estaban en clave de buscar «su» felicidad.

Nuestro mundo mediático se construye de eslóganes, de frases afortunadas, casi todas vacías de contenido. El optimismo no se encarga, no se impone, no se construye como obligación si no como sentimiento individual contagioso. Da la impresión de que hablamos mucho de mercados pero poco de personas, parece que cuenta más el cómputo global que la identidad de los que componen una encuesta. La felicidad es un concepto demasiado importante como para dejarla en manos de unos tristes políticos que, a su vez, sólo buscan «su» felicidad.

El ambiente está lleno de prohibiciones, de trabas, de zancadillas, pero a su vez hay millones de personas deseando ser felices y con deseo de compartir un mensaje positivo. No dejemos nuestro destino en manos de agoreros.

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