Julia Navarro – Escaño Cero – ¿Y si nos quitan Casablanca?


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Si hay algo que me pone especialmente nerviosa son los fanatismos de la clase que sean. Verán, de la misma manera que me parece que era necesaria una ley que regulara el consumo de tabaco en lugares públicos, también creo que de la ley Salgado a la ley Pajín hay un trecho demasiado grande. La ley Salgado permitía que hubiera lugares de ocio donde los fumadores pudieran encender un cigarro, eso sí, con las debidas garantías de que el local dispusiera de espacio para garantizar que quienes no fuman no tuvieran que tragarse humos ajenos.

La ley Pajín ha ido más lejos, ha desterrado el tabaco de todos los lugares públicos y los fumadores se ven obligados a irse a la calle para fumar. Por si fuera poco, se ha invitado a los ciudadanos a denunciar, sí, a denunciar a todo aquel que fume donde no debe y claro eso, además de poner los pelos de punta, pueda provocar situaciones esperpénticas, como la que se ha producido estos últimos días a consecuencia de que en un teatro de Barcelona se estaba representando «Hair». Este musical refleja cómo era el mundo de los años sesenta, el movimiento hippy, toda una filosofía de vida que incluía el consumo de «hierba».

Representar «Hair» sin que los actores aparezcan en escena con un pitillo en los labios es imposible por mucha imaginación que se tenga. Aún así, como ha dejado claro el director de la obra, los actores no fuman tabaco sino una mezcla de hierbas compradas en un herbolario. Pero lo inaudito, lo tremendo, lo ridículo, lo fanático, es que un espectador haya tenido la mala baba de ir a denunciar la obra y a los actores porque allí se fuma. Yo creo que ese espectador taliban debería de hacérselo mirar. Por si fuera poco, la ministra Pajín va y avala al denunciante diciendo que hay que echarle imaginación para que nadie fume sobre un escenario.

Yo no sé si un día de estos la ministra mandará prohibir «Casablanca», la mítica película de Humpry Bogart, amén de todas las películas de aquella época que son joyas del séptimo arte. Me pongo en lo peor, en que para cuidarnos la salud a alguien se le ocurra evitarnos imágenes que nos puedan incitar al consumo de tabaco y para ello nada mejor que censurar las viejas películas, obras de teatro, fotografías, libros, en fin y todo aquello en que aparezca un cigarro.

Nadie me tiene que convencer de que el tabaco es un veneno que mata, desgraciadamente lo he vivido de cerca, pero hay un abismo entre intentar erradicar el consumo de tabaco, y garantizar un aire limpio en los lugares públicos, y llegar al ridículo de denunciar una obra como «Hair» que no se entiende sin los actores con un pitillo en la mano.

Lo que no se puede ser es hipócrita, y puestos a ser talibanes que de verdad lo prohíban, que no lo vendan, que las arcas del Estado no se beneficien de los impuestos del tabaco. Porque hay que ser hipócrita para prohibir el tabaco con una mano y con la otra recoger los beneficios que reporta su consumo.

El nuestro es un país de pendulazos, y a veces llegamos al ridículo. Ya digo que me parece bien que los ciudadanos se conciencien de los males del tabaco, y que los lugares públicos estén libres de humo, pero, por favor, sin fanatismos, sin dar luz verde a los talibanes como el espectador que muy ufano él se fue a denunciar a los actores de «Hair».

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