Francisco Muro de Iscar – De Dios y de hombres.


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Religión, fe tradición, cultura, trascendencia, historia. Todas las raíces de nuestra vida están en la cultura católica y en su simbología más importante: la muerte en la cruz del Dios hecho hombre para redimir a todos y abrirnos las puertas de la eternidad. Nada de lo que somos hoy se entiende sin estos dos mil años de camino. Nada de lo que somos se comprende sin hacerse la pregunta de quienes somos, para qué estamos aquí y que va a ser de nosotros… La búsqueda de Dios es cada día más difícil en una sociedad individualista, desarraigada, que busca el placer inmediato y que no quiere plantearse problemas importantes o que los despacha desde la superficialidad. La sociedad de «vive el momento y disfruta» aparca todo lo importante, aunque sabe que un día tendrá que afrontarlo. Nos declaramos católicos, pero apenas vamos a misa. No nos comportamos como católicos, pero todavía, más del 75 por ciento de los padres piden enseñanza de la religión para sus hijos. No creemos en Dios, pero montamos «procesiones ateas», bautizos y comuniones «laicas». Algunos de los cofrades y penitentes más fervorosos sólo ejercen unas horas al año. Contradicciones entre la fe y las obras, entre las convicciones y la realidad. Pero las raíces siguen siendo las que son.

Dice el arzobispo Fernando Sebastián que esta no es una pelea con la Iglesia, por más que a los ateos, y a no poco católicos, les de por esa «afición» también histórica, sino una disputa con nosotros mismos, con nuestra esencia, con lo que somos y lo que debemos ser. Esta Semana de Pasión es el centro del cristianismo, un grito de Perdón, de Amor y de Esperanza. Los cristianos no tenemos que tener miedo a nada ni a nadie. No hay que esconderse sino gritarlo en voz alta. El Cristo del Perdón y del Amor ha sido crucificado, pero resucita. Lo hace cada día que uno de nosotros cree esa verdad. Cada día que uno de nosotros acoge en su corazón a un inmigrante que viene con hambre de siglos y desesperanza eterna. Cada vez que dice no a la violación de los derechos humanos, a las guerras de conveniencia, a los abusos contra los niños, a la explotación sexual de la mujer: Cada vez que ayudamos a los que sufren enfermedad y dolor, a los que no tienen trabajo… Cada vez que tendemos la mano a los que por no tener no tienen ni justicia, y hasta eso les quieren quitar…

«Ponnos Señor encima de la muerte», decía Blas de Otero. La muerte como salvación, como esperanza, como futuro. La fe no puede recluirse ni en el santuario de las conciencias ni en las sacristías ni en los templos. La fe tiene que estar no sólo estos días, sino todos, en la calle. Para ser testimonio de amor, de generosidad, de entrega a los demás. Eso es lo que transmite desde la Cruz el Cristo «siempre y en cada instante hermano», de Maria de la Eucaristía Figueroa. Dios y los hombres se citan estos días en las calles y en las iglesias con su propia conciencia.

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