Fernando Jáuregui – No te va a gustar – Pena infamante.


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

De entrada, debo decir que no siento, ni he sentido jamás, el menor aprecio por la figura de Dominique Strauss-Kahn. Representaba, para mí, la esencia de la quiebra de valores tradicionales: un director-gerente del Fondo Monetario Internacional que se pasea en coches de lujo, que vive una existencia injusta mientras reclama que los menos afortunados se aprieten el cinturón, ni puede llamarse socialista ni reclamarse de la izquierda. Así de simple. La prepotencia de quien dicta órdenes a los gobiernos puede hacerle creer que es dueño de vidas, haciendas y honras de camareras de hotel; de acuerdo. Pero creo que hasta a alguien como Strauss-Kahn, que es figura más bien antipática, hay que concederle el beneficio de la duda.

Porque, ante la avalancha de informaciones condenándole de antemano, ¿dónde quedó la presunción de inocencia? ¿Dónde el respeto a la intimidad, violentado por las cámaras de televisión y las fotografías que le presentan desaliñado, malencarado, esposado y vejado en las peores horas de su vida? Supongamos que el ya casi ex director-gerente de la entidad que nos dice cómo hemos de gastar y cuánto, cómo hemos de ahorrar y cuánto, acabe siendo declarado culpable. Le habremos impuesto entre todos, además de esos increíbles setenta años de cárcel que le reclama la fiscalía -¿qué dejaremos para otros delitos incuestionablemente más graves?-, esa «pena infamante», de telediario, a la que nadie, por muy conocido que sea, debería quedar sometido, porque en ningún Código Penal aparece. Imagínese usted el supuesto de que, al final, y contra lo que hoy parece, acabase por ser declarado inocente…

Muchas veces me he pronunciado, ante tantos casos abusivos, contra esa pena infamante que aquí, en España, ha hecho que personajes imputados por diversas causas aparezcan ante las cámaras esposados, conducidos a empellones hacia el Juzgado… que inmediatamente después decreta su libertad provisional, a veces sin fianza. ¿Cómo podrán mirar a sus amigos, a sus vecinos, a su familia, quienes han perdido de tal guisa para siempre su buena imagen, quienes han sentido en su carne la mordedura de la vergüenza para siempre? La cualidad de famosa de una persona, la notoriedad de un caso, ¿justifican esa pena de telediario?

Confío en que se me entienda: pocas cosas deben suscitar mayor repugnancia que el abuso del débil sobre el fuerte. Eso es lo que hizo, presuntamente, el máximo responsable del FMI. Pero hemos ido construyendo, con la civilización que dan los años en democracia, un sistema garantista que debe amparar a todos, la intimidad de todos, la buena fama de todos. Incluso la de los Madoff, incluso la de los Strauss-Kahn.

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