Sobre los dos PSOEs y la «Carta ética de la Internacional Socialista» (II)

(Cfr. «Sobre los dos PSOEs y la «Carta ética de la Internacional Socialista» (I)»)

PROSTITUCIÓN DEL ESTADO
Igual que en el Cambalache —«revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos»—, atónitos, como condenados a no poder evitarlo, contemplamos cómo los poderes del Estado se van ahogando lentamente en la ciénaga de la obscenas mescolanzas: el legislativo con el judicial, éste con el ejecutivo, y el ejecutivo, con sus bragas seductoras en la oreja, políticamente copulando con ambos. ¡Pobre e ingenuo Discépolo!, que se fue sin conocer Telecinco, Gran Hermano, el Club de la Comedia… Sobre todo éste: el bífido Club de la Comedia en que se han convertido el Parlamento y el Senado español.

De otro lado, la Universidad con su poder —el poder del verdadero cuarto Poder—, el templo de la sabiduría por antonomasia; el poder científico sobre cuyo rigor y disciplina aquella terna debería descansar. Así en el derecho, así en la historia y la política, así en la economía Si cierto es que la ciencia sobrevive y se realiza también más allá de la Universidad, privada del claustro fundamental de la vida universitaria, la posibilidad de ciencia es una quimera. Pero, endémica en España, la corrosiva injerencia política sobre esta manifestación de la vida, menos auténtica —y por tanto menos vida— cuanto más espuriamente intervenida, viene alcanzando niveles patológicos desde de los años ochenta del pasado siglo, cuando una intelligentsia socialista, retroalimentada en la estrategia de los recíprocos auxilios, la fijó como objetivo fundamental para su perpetuación en el Poder.

Ello supuso la invasión mostrenca del ámbito universitario por parte de políticos, sectarios pro domo sua e individuos vulgares a quienes la Universidad sólo importa en calidad de apaño económico, como mero recurso de mesadas seguras, y no como vida universitaria; individuos, algunos de los cuales sumamente críticos con las responsabilidades y codicias ajenas, quienes, sin embargo, no dudan en abandonar sus obligaciones académicas con tal de enriquecerse, por ejemplo, haciendo caja en las tertulias televisivas y radiofónicas, día tras noche y tertulia nacional tras tertulia autonómica, sin que su sistemática participación en unos y otros medios cause la más mínima estupefacción; sin que nada importe a nadie si esta perversa práctica se materializa a costa de una flagrante dejación de responsabilidades o de la merma previsible en la calidad de su obligaciones académicas.

Por supuesto y como cabe esperar, habrá quien siga pensando que el cuarto Poder es el de los medios de comunicación. Pero este supuesto cuarto Poder, en cuanto tal Poder del Estado, hoy, apenas se sostiene ni justifica a sí mismo; no sólo por tratarse de medios políticamente subsidiados la mayor parte de las veces, sino por algo bastante más grave: porque la dignidad profesional de los individuos que lo conforman está viendo declinar peligrosamente su prestigio social sojuzgado por un sospechoso y pestilente sectarismo. De tal suerte, si así cabe llamarlo, el libre criticismo del periodista auténtico —más o menos multilateralmente equilibrado— ha sucumbido a manos del periodista previsible, del paniaguado dado de alta en el consorcio conformado por el perverso periodismo del do ut des. Éste, por supuesto, siempre lo hubo, claro; y lo seguirá habiendo, exactamente igual que la gripe. Pero lo grave no es la gripe, sino su letal epidemia. El periodista del siglo XXI tendrá, pues, que volverse hacia sí mismo, hacer introspección en el fondo íntimo de sus aspiraciones, y elegir entre el esfuerzo ético o la claudicación de su responsabilidad social.

Se trata, en efecto, de la prostitución del Estado, en la que todo servicio, por inmoral y sumiso que sea, tiene un precio. Bajo ella, como en perverso background, el circo de las incongruencias: talantazo por talante; paisana que para sonrojo de sus conciudadanos se deja ningunear en público a merced de una sinvergüenza por Presidenta del Tribunal Constitucional; conculcación de derechos con abuso, adoctrinamiento y maltrato psicológico, practicada sobre unos niños en un aula escolar por parte de una Vicepresidenta del Gobierno de España, por ejemplaridad democrática y clase práctica de educación para la ciudadanía; negocio con asesinos con tal de no perder el Poder por legítimo deseo de un Gobierno para finiquitar el criminal problema del terrorismo vasco; cinco millones de parados postrados en la miseria por cómplices de la inmoralidad socialista: «los parados son en gran medida nuestros cómplices» (José Bono); obscenas canonjías de privilegios y rentas por elevada responsabilidad política, cuando en España los pocos que tienen la honradez de dimitir, como el ex ministro socialista Sr. Asunción, acaban siendo apestados en su propio partido; feudalismo montaraz, insaciable e insolidario por «Estado» de las Autonomías. Dicho sin cursivas y para no agotar al lector con la interminable ristra: lo que en la patria universal de la picaresca se conoce secularmente como oficio de dar gato por liebre; o lo que, en la «progresista» degeneración del progreso social del neocon-socialismo, viene a significar más actualmente «liebre eléctrica por servidor público.»

El entrecomillado de algunas palabras y expresiones significa pues: las comillas que las acompañan son marcadores de una razonable duda crítica sobre esas misma palabras y expresiones, justificados en base a la razón práctica empíricamente explanada en torno al factum del desequilibrio entre lo que tales palabras públicamente declaran hacer y la sistemática experiencia de los hechos que con terquedad las contradicen. Ningún interés hay en ofender o lastimar con ello a los referidos bienintencionados: personas cuyos corazones socialistas —repito, tan honesta como ingenuamente— vuelven a alentar aquel espíritu revisionista, en favor de la justicia social, que tanta incomprensión entre los suyos le reportó a Eduardo Berstein, y que desde los tiempos del socialismo neokantiano, de Cohen y Natorp, resulta éticamente utópica e incomprensible al margen de la lógica y la pedagogía social, tal como razonablemente dejó sentado, en la segunda mitad de los años cuarenta, Fernando de los Ríos, gran humanista militante del PSOE e intelectual ejemplar; no esperpéntico, de los del club de la comedia, sino de la misma estirpe moral que la de su propio tío, el librepensador institucionista don Francisco Giner de lo Ríos. Una estirpe de la que formaron parte muchos otros que no voy a mencionar ahora, cuyas admirables biografías al servicio de España, del pensamiento y la cultura provocan vergüenza ajena ante ese uso torticero, indiscriminado y sectario que hoy se hace del sagrado calificativo: intelectual; uso que provoca sin remedio la rebelión lírica de nuestras vísceras, haciendo resonar en nosotros la vieja queja de la amargura social:

«Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador…
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
que un gran profesor.»

(Cfr. «Sobre los dos PSOEs y la «Carta ética de la Internacional Socialista» (III)»)

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R. Malestar Rodríguez
www.castaparasitaria.com
rmalestar[@]gmail.com
(20/04/11)

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Autor

Roberto Malestar Rodríguez

Roberto Malestar (Vigo). Heterodoxo; filósofo —licenciado, graduado y doctorando en filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela. Publicista, ensayista y articulista. Es, además, letrista e intérprete de tangos, folclore hispanoamericano y otros géneros.

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