Rafael Torres – Al margen – Opio, sangre y burka.


MADRID, 27 (OTR/PRESS)

De una de las dos guerras en que nos metió el Gobierno de Aznar, el de Zapatero no nos quiso sacar. Tan nefasta, criminal e inútil era una, la de Irak, como la otra, la de Afganistán, pero se ve que esta valía, por ser tan nítida la maldad de los talibanes, para compensar a EE.UU., sin gran deterioro del «look» buenista del presidente, por el abandono de la que ha pulverizado la vieja Mesopotamia y la vida de tantos cientos de miles de criaturas. Con los dos muertos recientes, las tropas españolas suman 93 sin que su sacrificio haya servido, en puridad, para nada, cual podía preverse desde el mismo instante en que se empezó a bombardear brutalmente aquellos andurriales para llevar a ellos, qué cinismo, la paz.

La ministra de la Guerra (que raro que Aznar no devolviera al departamento su antigua denominación) ha dedicado expresiones duras a los invisibles autores del reciente ataque, afganos con toda probabilidad. Carme Chacón lo llama atentado, pero es un ataque, que es como se llaman las agresiones armadas en las guerras, pero, si no en eso, sí lleva razón al execrar tan rotundamente el suceso, y lleva tanta como le falta al no execrarlo en su totalidad. A nosotros, que nada se nos perdió nunca en la región del opio donde la URSS y EE.UU. dirimían con las vidas de otros sus guerras frías y calientes, nos faltan 93 compatriotas, incluyendo, pues la muerte iguala lo que no iguala la vida, a los sudamericanos que visten nuestro uniforme por un trabajo y unos papeles. A nosotros nos faltan 93, hombres y mujeres que se quedaron sin padres, sin madres, sin pareja, sin hijos, sin patria y sin nada en los secarrales de la guerra perpetua, pero a los afganos les faltan muchos miles, entre los cuales abundan particularmente los ancianos, las mujeres y los niños. Hay que execrarlo todo, así como a los que organizaron y mantienen aquél matadero.

Como se sabe, EE.UU., cumplida su misión (¿cuál?), anda de conversaciones más o menos subrepticias con los talibanes, que, no bien se marchen a los ejércitos de ocupación, negociarán con el corrupto Gobierno de Kabul y con los Señores de la Guerra su regreso al poder, esto es, a la posesión del opio. Las mujeres afganas, a las que se prometió libertad y dignidad, o sea, vida, están horrorizadas ante la perspectiva, pues serán las primeras en caer bajo los burkas y bajo las piedras. ¿De qué se quejan, si les llevamos, con esta guerra, la paz?

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