Fernando Jáuregui – …y, sin embargo, se mueve (pero poco).


MADRID, 1 (OTR/PRESS)

«Eppur si muove». Y, sin embargo, se mueve. Es la frase que la tradición atribuye a Galileo tras haber abjurado ante la Inquisición, para salvar el pellejo, de su teoría heliocéntrica. Sí, la tierra se movía, y así lo proclamaba Galileo «off the record» después de haber asegurado en público lo contrario. Se movía, aunque a los inquisidores no les gustase y no conviniese publicarlo ante los censores micrófonos de la época (porque siempre ha habido micrófonos indiscretos, como se sabe). Hoy, claro, la censura es menos pesada, las hogueras queman menos. Pero los micros y cámaras reflejan hasta el movimiento más leve de los labios, de manera que hay que tener cuidado, porque, en la asfixiante política española, el que se mueve no sale en la foto.

Así que, tras el debate sobre el estado de la Nación, en el que solamente quienes no tenían nada que perder -ni que ganar- dijeron su verdad, la tesis oficial es que nada se mueve: todo va mal, para el principal partido de la oposición. No tan mal, para el Gobierno. Pero en ambos casos parece existir un acuerdo subterráneo: nada de proponer cambios radicales ni por uno ni otro lado, que ya se sabe que la sabia máxima ignaciana predicaba que, en tiempo de crisis, no conviene hacer mudanza.

Cierto: la impresión a primera vista es la de que aquí todo permanece, nada cambia, contra lo que decía el gran Heráclito de Efeso. Hasta las señales que limitaban la velocidad a 110 kilómetros/hora han vuelto a su ser prístino y ahora que muchos automovilistas comienzas sus vacaciones, retornamos a las esencias de consumo (y tributación) para el Estado. Una impresión que se refuerza cuando vemos el tenor de esas resoluciones salidas del debate sobre el estado de la Nación. Unas resoluciones que nunca se cumplen, claro está, pero que, por si acaso, tienen toda pretensión de «imaginación al poder» severamente recortada.

Y aquí seguimos, negando que la tierra se mueve alrededor del sol y afirmando lo contrario: Alfredo P. Rubalcaba prepara su discurso de aceptación de la candidatura a La Moncloa, molesto por los consejos que le llegan de los amigos (Felipe González) para que abandone cuanto antes sus puestos ejecutivos; Mariano Rajoy permanece en el silencio sobre sus intenciones y programa para cuando alcance, como sin duda alcanzará, el poder; las encuestas siguen preguntándose, como cada año, quién ganó en el «debatazo» parlamentario, como si lo hubiese ganado alguien; Bildu sigue haciendo presagiar, perdiendo la oportunidad de mostrar lo contrario, un horizonte de nubarrones en el País Vasco, lo mismo que sus predecesores «batasunos»… así, «ad nauseam».

Pero, si usted lo mira atentamente, sí hay cosas que se mueven en el seno de la sociedad civil. Desde lo que está ocurriendo en el mundillo -o mundazo_ financiero hasta las muestras de descontento ciudadano, patentes cada vez más incluso en las actividades festivas. Nunca hubo mayor distancia entre la España oficial y la España real, y me cuentan que incluso José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre del eterno adiós, comenta que lo ha percibido. Así que el único movimiento a observar con interés de la primera de esas Españas, la oficial, es la larga marcha del aún presidente del Gobierno. Algo se mueve, por tanto, aunque a los inquisidores del anti-cambio no les guste. Lo que ocurre es que se mueve demasiado despacio, y el tiempo se agota.

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