El regreso del Zorro

Sólo vi el genérico pero fue suficiente para activar el resorte que puso en marcha mi maquinaria cerebral cuando yo estaba casi en estado alfa, esa fase previa al sueño que dura segundos, durante la cual conectamos con lo más profundo de nosotros mismos y, según los adoradores de la Pachamama, con el alma del planeta que vibra en tono de la nota fa de nuestra escala diatónica; eso dicen los esotéricos y los modernos estudiosos de la ciencia/arte de los sonidos/música, de la cuerda de Marisol González Sterling y otros vanguardistas.

Me refería al genérico de la película de Antena 3 del sábado por la noche, El regreso del Zorro, personaje de nuestra infancia y de todas las infancias pasadas y futuras desde que en el primer cuarto del siglo XX Johnston McCulley tuvo el acierto de crear al personaje protagonista de La maldición de Capistrano, que los niños estadounidenses tenían la suerte de seguir en la revista semanal All Story Weekly.

El personaje del canadiense McCulley, sea una reinvención o adaptación de algún personaje legendario local, como Joaquín Murieta, o de La pimpinela escarlata, el personaje creado por la Baronesa Emmuska Orczy, que tanto nos hizo aplaudir en las butacas de los cines de barrio, fue conformando su perfil en el taller literario de John Rollin Ridge. Después, la película de Douglas Fairbanks, La marca del Zorro, ataviado ya con la vestimenta tal como lo conocemos hoy, globalizó el personaje que, de alguna manera, contribuyó a la conformación del arquetipo del bien y la justicia en nuestras mentes infantiles.

Esa es, en definitiva, la pretensión de los patrones de los cuentos e historietas para niños, que el acervo popular ha mantenido inalterables a través del tiempo, donde el ogro y la bruja, representantes del mal, son castigados por su maldad, mientras el príncipe es recompensado con el beso de la princesa, tras pasar el trabajo de cortar con su espada las zarzas que habían crecido durante cien años. Es el premio a la bondad y a la lucha por la excelencia. Todos nos hemos sentido príncipes y princesas. ¿Qué chico no deseó ponerse el antifaz y el sombrero de don Diego de la Vega para poner un poco de justicia en el mundo?

No sé si será por deformación, pero cuando apareció el título en la pantalla, El regreso del Zorro, con la Z ardiendo como si saliese del mismo infierno, aparte de revivir el mito de los modelos ejemplares, simultáneamente activé los archivos de la bicefalia socialista Zapatero/Rubalcaba, que lejos de gobernar, mantienen entretenida a una España agonizante, entre mentiras y manipulaciones al estilo del ministro de propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels.

Y, ¿por qué el Zorro me hizo pensar en el binomio de moda, Zapatero/Rubalcaba? En Zapatero por la letra, está claro. En Rubalcaba por varias cosas. Entre él y el Zorro hay símiles y disímiles. El Zorro representa el bien y no se da a conocer; no necesita reconocimiento público. Rubalcaba reúne lo peor de lo que debe ser un servidor público y busca aplausos para transformarlos en votos. El Zorro se salta la ley para ayudar a los pobres. Rubalcaba, con todos los “presuntos” necesarios, se salta la ley para ayudar a ETA-Bildu por diferentes vías. Y, como el personaje californiano, también les quiere arrebatar los cofres de oro a los banqueros para ayudar a los menesterosos. ¡Qué tierno, pero qué tarde!

Y se me hizo presente Rubalcaba también porque recordé que los zorros, aparte de gallinas y otras aves de corral, también se alimentan de faisán, cuando lo hay. Y aquí lo hay. Todos sabemos –y más sus íntimos—que Rubalcaba tiene indigestión de faisán, por mucho que lo niegue. Pero he aquí otra coincidencia con el héroe de la Alta California, en este caso con el personaje remodelado de Isabel Allende, que en su novela El Zorro: Comienza la leyenda, introduce algunas modificaciones sobre su origen, y al lado de clásicos como Bernardo, su fiel amigo, o Lolita, su amor, aparece un personaje llamado “Lechuza Blanca” (entre aves anda el juego), la abuela materna de don Diego de la Vega, una chamán autóctona poseedora de los conocimientos ancestrales de su tribu, rebelada contra los invasores tiranos. Conocedora de los vericuetos del espíritu, Lechuza Blanca guía a Diego en un viaje iniciático por los recovecos de su alma, en busca de su guardián espiritual o tótem, al estilo de Juan Matus, el indio Yaki de Carlos Castaneda en Las enseñanzas de Don Juan y en Una realidad aparte.

Dicho esto, y dejando a un lado cuestiones literarias, echo una mirada a la foto de los tres policías que se están comiendo el marrón y rememoro las caras de Amedo y Domínguez, y las lágrimas del padre de este último cuando los dejaron solos frente al peligro. Deben recordar los mandos policiales García Hidalgo, Pamiés y Ballesteros que, ante todo, sirven a España y a ella deben ser fieles, por encima de todo interés particular o político. Colaborar con banda armada es un borrón en la trayectoria vital de cualquier ciudadano, pero cuando quien lo perpetra es un mando de alto nivel de las fuerzas del orden, es España la que vuelve a aparecer en el registro internacional de la corrupción de Estado. En cuando al recurso de “obediencia debida” que a menudo se utiliza, es para otros menesteres y para otros regímenes de los que, por fortuna, estamos muy lejos.

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Por Magdalena del Amo
(17/07/2011)
Periodista y escritora
Directora de Ourense siglo XXI
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
www.magdalenadelamo.com

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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