Cayetano González – La partitocracia.


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Casi todo lo que ha sucedido en torno al ya ex presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, es una muestra más del enorme alejamiento que en los últimos años se ha producido entre la «casta política» y los ciudadanos de a pie y que ha tenido como consecuencia inmediata un cada vez mayor alejamiento de estos respecto a aquella, como repetidamente ponen de manifiesto las encuestas. Asimismo, en cada uno de los episodios con tintes polémicos que afectan a los partidos políticos, cada vez se echa en falta mucho sentido común tanto en las actuaciones como en las explicaciones de sus dirigentes. Son los males de una partitocracia como la que sufrimos en España.

Por centrarnos en el caso de Camps, lo que los ciudadanos tienen derecho a saber es si este alto responsable político e institucional -hay que recordar que el presidente de una comunidad autónoma es el máximo representante del Estado en la misma- mintió o no cuando afirmó taxativamente que se había pagado sus trajes o por el contrario admitió regalos de la trama Gürtel a cambio de favores, tanto en la Administración de la que era responsable como en el PP valenciano. El auto del juez Flors apunta a un delito de cohecho pasivo impropio, pero será en última instancia el tribunal -con jurado popular- el que emita el veredicto final.

A partir de ahí, el espectáculo dado en los últimos días por un Camps que dudaba entre aceptar su culpabilidad y pagar la multa o dimitir; una dirección nacional del PP, con Rajoy a la cabeza, que lo que más le preocupaba era evitar la foto de Camps sentado en el banquillo de los acusados el próximo otoño durante una cada vez más que probable campaña electoral entra ya dentro lo que son lisa y llanamente los males de unos usos políticos que denotan una clara ausencia de hábitos democráticos profundos. Dicho de otra manera: Camps tenía que haber dimitido ya hace tiempo y, en cualquier caso, ante el alto grado de posibilidad que existía de que al final el juez lo sentara en el banquillo, Rajoy no tenía que haber permitido que fuera candidato en las elecciones autonómicas de hace dos meses.

Seguramente, Camps es un hombre honrado y honesto, pero cometió un error hace dos años y medio: aceptar unos regalos que superaban con creces los usos sociales y en lugar de reconocerlo y pedir perdón en su momento por ello, se enredó de tal forma consigo mismo que le ha llevado a una situación insostenible. Aunque tiempo habrá para hablar de ello, en términos cuantitativos y también cualitativos, el caso de Camps es mucho menos importante que el chivatazo a ETA del bar Faisán. Ahora la pelota está en el tejado del PSOE, donde el actual ministro del Interior -secretario de Estado de Seguridad cuando se produjo el chivatazo- tendría que asumir alguna responsabilidad política al igual que su entonces superior jerárquico, el ahora candidato de los socialistas. Pero pierdan toda esperanza, ni Camacho ni Rubalcaba dimitirán. Eso es lo que tiene ganado Rajoy con la dimisión de Camps.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído