Rafael Torres – Al margen – 20-N.


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

El próximo 20 de noviembre puede darse una inquietante circunstancia: que coincida el aniversario de la muerte de Franco con el establecimiento de una situación en la que un grupo político acumule casi tanto poder, o más, que Franco precisamente. O dicho de otro modo: si el Partido Popular obtiene la mayoría absoluta en las elecciones generales que ayer anunció para el 20-N el presidente del Gobierno, puede que la economía mejore (la de algunos, sobre todo), pero ésto no va a haber quien lo aguante. Dueño del poder político en caso todas las comunidades autónomas, en las diputaciones provinciales, en la inmensa mayoría de los grandes municipios y en el gobierno central, el Partido Popular puede convertirse, a efectos prácticos, en el partido único de España para los próximos años. El hecho de que si eso sucede sería por la voluntad mayoritaria del electorado, expresada en la urnas democráticamente, no empiece para considerar esa posibilidad como muy lesiva para la propia democracia, pues las mayorías absolutas, y con mayor razón tan absolutas como los sondeos atisban, son siempre nefastas. Darle poder, mucho poder, a alguien, a alguien español para más señas, es, como se sabe, lo peor que, políticamente hablando, puede hacerse.

Al socaire de esa posibilidad surge, no obstante, lo que se ha dado en llamar el «efecto Rubalcaba», que antes aún de la convocatoria para el 20-N había producido ya una cierta rectificación de esa deriva loca de poner el país entero, desde la punta de los cuernos hasta la punta del rabo, en manos de Mariano Rajoy y de las diferentes «familias» de Génova. El tal efecto, considerado así, no pretende, por imposible, laminar la memoria del mal gobierno del PSOE en la última legislatura, ni la de las traiciones a su electorado, ni la de su obsceno entreguismo a «los mercados», pero sí refrescar la memoria de la última legislatura del PP, cuya mayoría absoluta capitaneada por Aznar supuso una alarmante regresión democrática.

Como dicen los colegas del análisis político, aun los más peperos, «todavía hay partido». De hecho, no se ha empezado a jugar. Y como dicen otros colegas, los deportivos, en un partido puede pasar de todo hasta el pitido final.

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