Fernando Jáuregui – Nosotros, los otros indignados.


MADRID, 03 (OTR/PRESS)

Inicialmente, me despertaron una confesada simpatía las gentes que, llamándose indignadas, protestaban contra un estado de cosas asfixiante y culpaban de ello a la clase política y también a las instituciones financieras. Al sistema, en general. Luego, la verdad es que el movimiento ha ido perdiendo parte de su interés para mí: han sido incapaces de plasmar sus reivindicaciones en un plan concreto y de darse a sí mismos unos representantes creíbles que dialogasen o negociasen con los poderes. Pero algo queda del 15-m, porque razones para la indignación no faltan. Hoy lo digo motivado por el espectáculo que estos días nos propician unos dirigentes políticos incapaces de entenderse mientras los mercados nos tienen con el corazón en la garganta.

No puede ser, simplemente no puede ser, que el aún presidente del Gobierno, sin duda el más angustiado de todos, ande yendo y viniendo desde y hacia Doñana, en unas vacaciones imposibles y aún, entre gabinete de crisis y gabinete de crisis, no haya llamado a Mariano Rajoy a La Moncloa para anunciar al mundo el gran pacto. No puede ser, simplemente no puede ser, que, mientras la prima de riesgo bordea la línea roja del desastre, el líder de la oposición, Mariano Rajoy, permanezca en su refugio gallego sin salir a decir a quien quiera oírle que está dispuesto a pactar, incluso en los albores de la precampaña electoral, las medidas urgentes que haya que tomar, gane quien gane las elecciones. Que no habrá período de interinidad, que no habrá pérdidas de tiempo, que no habrá rifirrafes absurdos llenos de «y tú más» para justificar la falta de ideas y acciones regeneracionistas.

Y sí, lo siento, siento hablar tan en primera persona -defecto que se achaca a los periodistas veteranos–, pero estoy seguro de que mucha gente comparte estos días mi perplejidad y, seguramente, mi indignación. ¿O es que alguien podría discutir que la expresión de un pacto de actuación conjunta por parte de los dos grandes partidos nacionales -y los demás, si tuvieran a bien unirse– mejoraría la imagen de España frente a los mercados exteriores? ¿O es que alguien podría negar que si este gran acuerdo nacional no se ha dado aún se debe a intereses electoralistas, partidistas, egoístas? Que no me vengan, por favor, con que si los partidos presentan sus propios programas electorales y recetas diferentes; simplemente, eso, cuando las exigencias de soluciones vienen de fuera, ya no es verdad.

Hay que acometer reformas de enorme calado y eso ni puede aguardar hasta finales de este año ni puede acometerlo un solo partido, por muchos escaños que consiga en las elecciones del 20 de noviembre. Llevamos ya tres años y cinco meses de retraso para cerrar un gran acuerdo de actuación patriótica, valiente y de largo alcance en torno a seis o siete grandes temas. Ellos saben perfectamente cuáles son, aunque a veces ni se atrevan a enumerarlos. Nosotros también lo sabemos. ¿Hasta cuándo cultivarán nuestra indignación, la de quienes tampoco nos sentimos representados por los de la Puerta del Sol?

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