Fernando Jáuregui – No te va a gustar – Relevo «tranquilo» en la Casa del Rey.


MADRID, 08 (OTR/PRESS)

El Rey ha renunciado a buscar nombres «nuevos» a la hora de sustituir al jefe de su Casa, Alberto Aza, a punto de cumplir 75 años, un hombre de la generación del propio Monarca. Así que ha llamado a Rafael Spottorno, 66 años, que ya fue secretario general de esa Casa, que durante bastante tiempo ha estado vinculado a La Zarzuela y que, como Aza, es un diplomático sin perfiles partidistas definidos. Como todos han subrayado a la hora de comentar esta noticia, difundida por la propia web de La Zarzuela, Don Juan Carlos se ha inclinado por un relevo «tranquilo». Pero parece el primer paso en la escalada de necesarios cambios no solo en la Casa del Rey, sino en la propia esencia de la Monarquía española.

Cuando escribo cosas como la frase que antecede, me veo siempre obligado a declararme monárquico en un país en el que casi todos se definen básicamente como juancarlistas y en el que hay elites que disfrutan declarándose, con toda legitimidad desde luego, republicanas. Sí, creo en las ventajas de la institución monárquica en una nación en la que el jefe del Estado ha de estar por encima de la cainita lucha política que por lo visto no entiende, cuando los pactos serían tan necesarios y el propio Rey ha pedido tantas veces unidad, de clamores populares ni de angustias económicas.

Máxime cuando esa nación tiene problemas territoriales tan serios que los portavoces de una coalición independentista y poco amante del sistema, que ha resultado bastante afortunada en las pasadas elecciones municipales, se permiten decir que el Rey «no pinta nada» allí cuando San Sebastián inaugure su capitalidad cultural europea. No discutiré que no haya otras formas posibles de organizar el Estado, e incluso más democráticas; digo que España, aquí y ahora, lo que menos necesita es dar saltos en el vacío, cuando, por el contrario, otras tantas reformas constitucionales serían necesarias para asentar la marcha del Estado autonómico y a la propia institución monárquica. Pero la pereza de una clase política que siempre ha tenido, además, miedo a abrir el «melón constitucional» ha imposibilitado hasta el momento estas y otras reformas legales que se ven como cada vez más necesarias para modernizar y racionalizar definitivamente la nación.

Es en este contexto de cambios, con el vértigo de una nueva era que algunos pensamos que es una segunda transición tocando a la puerta, cuando se produce el cambio en la Casa del Rey. Aza, casi coetáneo del Monarca, abandona el puesto dejándonos, a mí al menos, un buen sabor de boca: ha sabido pelear con muchas cosas que ciertos medios han exagerado y con otras de las que los medios han aceptado no hacerse demasiado eco. Pero algunas desavenencias internas, roces que existen en tantas familias pero que son especialmente llamativos en una casa real, deslucen el magnífico papel que está desempeñando, con prudencia, y temo que con una cierta excesiva distancia, el heredero de la Corona, a quien conozco superficialmente y cuyas cualidades valoro altamente.

Soy de los que piensan que se haría conveniente, sin prisa pero sin pausa, un proceso gradual de abdicación «en la práctica» -no hay por qué hacer sonar las trompetas- de Don Juan Carlos en la persona de su hijo. Y que, al tiempo, los Príncipes de Asturias deben ir tomando un contacto más directo con los ciudadanos; curiosamente, la joven pareja que encarnará la Corona española se presenta como algo más alejada del común de los mortales de lo que lo han estado -y vaya si lo han estado- Don Juan Carlos y doña Sofía. Lo cual, dados los orígenes de doña Letizia Ortiz y la apertura en la educación cosmopolita de don Felipe de Borbón, no deja de resultar chocante.

Supongo que Spottorno, un hombre lleno de pragmatismo a quien no podría acusarse de estar ajeno a lo que sucede en la calle, conoce y sopesa en su justo valor cuanto digo, que no es más, al fin y al cabo, de lo que están diciendo o sugiriendo tantas crónicas veraniegas desde Palma de Mallorca. La transformación, lógica, necesaria e inevitable, de esa Zarzuela representada por Aza -que más de una vez, bromeando conmigo, me ha «acusado» de que «quieres echarme»; nunca fue así, desde luego, ni hubiera tenido posibilidad de hacerlo suponiendo que lo hubiese deseado- comenzó con la llegada a las tareas de comunicación de Ramón Iribarren, un funcionario de amplia experiencia. Desde entonces, la información de la Casa ha sido algo -algo- más permeable. Ahora regresa Spottorno y vendrá, se supone, un nuevo secretario general. Luego… luego ¿qué?

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