El asqueroso negocio de la pornografía infantil (I)

En los últimos años, sobre todo desde la implantación de las nuevas tecnologías, la pornografía infantil se ha convertido en una lacra. Conozco el tema relativamente bien. Hace años hice una investigación para un trabajo, cuando en España apenas había casuística y la red era cosa de los militares de Estados Unidos.

Esta perversión se ha extendido tanto que se ha convertido en uno de los mayores abusos contra la infancia. Si hace tan sólo unas décadas la pornografía infantil era una depravación limitada a un público muy concreto, con la llegada de los ordenadores personales y el acceso masivo a internet esta deleznable inclinación congrega cada vez a mayor número de usuarios. Este delito, al igual que otros de reciente implantación, va por delante de nuestras leyes. Existe un gran vacío legal y una gran dejadez en el tratamiento del comercio con menores. Así, los pederastas, amparados por el anonimato que proporcionan los actuales métodos de comunicación, blindan sus delitos y casi con total impunidad recorren las guaridas de la red en busca de carne fresca para alimentar sus bajos instintos y engrosar sus cuentas corrientes.

Hay que reconocer que se han dado pasos importantes, pero no suficientes. Y aunque la aprehensión de pornografía infantil va siendo ya noticia corriente en los medios de comunicación, no ocurre lo mismo con la celebración de grandes juicios de pedófilos —prácticamente no hay—, o con la desarticulación de mafias.

Hasta hace unos años “estas cosas” sólo ocurrían allende nuestras fronteras. En España, la religión y las leyes fueron durante años el muro de contención de instintos primarios y perversidades. La descristianización de la sociedad en los últimos años la hizo más vulnerable a los aspectos menos positivos de la globalización; y la implantación de las nuevas tecnologías fue la luz verde para un mal uso de los mismos. En la actualidad, nuestro país es el primero de la Unión Europea en consumo de cocaína y drogas de diseño; el primero que ha legalizado el matrimonio homosexual con derecho a adopción; el primero en número de bares abiertos hasta la madrugada; el primero en implantar el botellón y a donde acuden los jóvenes europeos en vuelos charter a emborracharse y a practicar sexo en la vía pública; el único en implantar una asignatura que fomenta la promiscuidad y las relaciones gay-lésbicas; de los primeros en fracaso escolar; y por si esto fuera poco, España se ha convertido en paraíso del aborto. Estos son las atrocidades de los progres en las tres últimas décadas.

Desde la desarticulación de aquella red de pornografía infantil y explotación sexual de menores en el barrio Raval de Barcelona en el año 1997, el caso del inglés afincado en Málaga detenido por el mismo delito a petición de Interpol, o los casos de Alicante donde las víctimas eran niños de meses, otros casos han ocupado las páginas de noticias. Es alarmante el aumento de la demanda de bebés por parte de los pederastas de todo el mundo. Sé que esto es muy duro y que hay quien prefiere continuar con los oídos tapados y los ojos cerrados a este tipo de noticias que nuestra moderna sociedad genera, pero es nuestro deber denunciarlas e instar “a quien corresponda” a una toma de medidas urgente.

Los cuerpos de seguridad del Estado trabajan duro, y fruto de ello son las redes que cada vez con más frecuencia se van desmantelando. Aunque esta depravación ha llegado ya a las clases más bajas, en general, los amantes de estas barbaridades no son precisamente esos delincuentes y pringaos de turno que tememos encontrarnos en una calle oscura o al lado del portal de casa, sino personas que, normalmente, ocupan puestos relevantes en la sociedad, sea en el mundo financiero, en la política o en otra suerte de actividades.

El negocio de la pornografía infantil es ya imparable pues genera grandes dividendos y la demanda es cada vez mayor. Las organizaciones de protección de la infancia luchan en todo el mundo por erradicar este tipo de prácticas y piden que se persiga a los pederastas y que se endurezcan las penas. Aparte de leyes y medios, hay que abogar por la educación, tanto de niños como de mayores. A los niños hay que inculcarles que su cuerpo es sagrado y que nadie puede abusar de él. El número de menores aficionados a la pornografía infantil es ya preocupante, aunque por no alarmar no se quiera hablar de ello. Antes, esta industria se distribuía a través de círculos clandestinos. Hoy, en los medios de comunicación, sobre todo en la televisión, se nos vende la pornografía como un producto más de consumo y se invita a verla con normalidad. Se nos muestra un sexo animalesco y violento que nada tiene que ver con el amor; un sexo en el que la mujer es a menudo vejada y maltratada. Estudios recientes han revelado que las parejas que se acostumbran a consumir pornografía para tener relaciones sexuales, después son incapaces de mantener relaciones normales. Más allá de cualquier concepto religioso, es, cuando menos, una indignidad. Según las estadísticas, a las mujeres no les gusta la pornografía, y si la utilizan es por presión de sus parejas, y de determinados sexólogos progres que la recomiendan. Otra cosa es el mundo gay-lésbico, una industria cuyo crecimiento es directamente proporcional a la pérdida de valores.

La pornografía por y para adultos es legal; no así la protagonizada por menores. Cada vez este sector demanda que las protagonistas sean más jóvenes. Este obstáculo se subsana contratando chicas con apariencia infantil. Hace poco, en España, una actriz porno se hizo muy famosa porque por su constitución física no aparentaba más de diez años. Esto es aún mucho más perverso porque a los ojos del consumidor se está viendo a una preadolescente. Hace años se planteó en Francia la posibilidad de formar una lista de pederastas. Enseguida los progres, que suelen estar siempre más de parte del reo que de la víctima, pusieron el grito en el cielo y la proposición no fue adelante. La misma propuesta se planteó en otros países con idénticos resultados. ¿Por qué esa defensa a ultranza del reo, a costa del desamparo de la víctima? ¿Alguna vez se darán cuenta nuestros legisladores y juristas de que la sociedad también tiene derechos?

Continúa en: «El asqueroso negocio de la pornografía infantil (II)»

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora
Directora de Ourense siglo XXI
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
www.magdalenadelamo.com
[email protected]
(10/10/2011)
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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