Fernando Jáuregui – Rajoy no tiene -esperemos– rodillo.


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

Pasadas las once de la noche, cuando escribo, ya nada interesaba. El pescado estaba vendido, y las encuestas a pie de urna demostraban, con la casi totalidad de los votos escrutados, haber tenido básicamente razón. Ahora, pienso, lo importante es que Mariano Rajoy comprenda que no puede gobernar, teniendo amplia mayoría absoluta, como gobernaron, cuando también la tenían, primero Felipe González y luego José María Aznar. Las reformas a efectuar son de tal calibre que a Rajoy no le va a bastar con esta enorme victoria. De ninguna manera podrá, sospecho, aplicar rodillo alguno, en el caso, improbable, de que pretendiese hacerlo, como le piden algunos de los más extremistas en el PP, esos que siempre andan a la rebatiña de puestos apetecibles y en el intento de pasar a cuchillo a los vencidos.

Y los vencidos lo han sido a conciencia. «Vae victis», ay de los vencidos. Por ello mismo, y porque incluso los vencidos, por muy desmoralizados que estén y por mucho que hayan merecido la derrota, tendrán mucho que decir sobre las reformas que vienen, Rajoy tendrá que hacer buenas sus palabras a favor del pacto, del acuerdo, de tender la mano, de que gobernará para todos. Porque todos serán, seremos, necesarios.

Yo pediría un gran pacto nacional para demostrar a Europa, al mundo, a los mercados y, sobre todo, a nosotros mismos, que somos ese gran país, ya maduro políticamente, que sabe hacer frente sin trampas a la crisis. Estoy seguro de que la primera llamada de felicitación que ha recibido Rajoy ha sido la de Zapatero (luego habrán venido todas las demás: Obama, Merkel, Sarkozy…). Eso me llena de esperanza: estas próximas semanas van a gobernar en una coalición de hecho para evitar cualquier sensación de vacío de poder. Con todos sus errores, hay que reconocer que el aún presidente del Gobierno está sabiendo marcharse con grandeza.

Pero deja un partido, el PSOE, destrozado, con resultados aún peores que los de las Cortes constituyentes, allá por 1977, cuando «Isidoro», Felipe González, casi acababa de salir de la clandestinidad. Algo de eso le van a achacar a Alfredo Pérez Rubalcaba que, ya se ha visto, ha pasado este 20n, casi en solitario, el peor domingo de su vida, porque el veredicto de las urnas ha sido aún peor que el de las encuestas, aunque, en cuatro minutos de intervención, nada dijo anoche de retirarse ni nada parecido: solamente la petición de un congreso federal ordinario cuanto antes. Al final, el portavoz del Gobierno, José Blanco, que logró componer el gesto, no pudo sino destacar el gran logro: que estas han sido las primeras elecciones sin ETA.

Es preciso hacer alguna referencia a los demás: muchos votos socialistas se han ido a Izquierda Unida, que crece espectacularmente, pese a la normativa electoral. Algo semejante, aunque en menor medida, le ocurre a UPyD. Ambos casos, y el ascenso importante de CiU, con un Duran i Lleida en plena crecida de popularidad, demuestran que España no es ese bipartidismo imperfecto que algunos quisieran: la realidad es mucho más rica. De la misma manera que resulta patente que Guipúzcoa es una provincia peculiar, y que aporta un grupo parlamentario, Amaiur, que va a revolucionar mucho la vida, a veces algo sesteante, de la Cámara Baja, aunque no estoy seguro de que la vaya a revolucionar para bien.

Si cada nueva Legislatura abre una nueva etapa en la vida nacional, ahora podemos hablar de una nueva era. Así, como suena. Hay que confiar, entre otras cosas porque no hay otro remedio, en el acierto de la persona a quien los españoles le han confiado las riendas del país. Un país que le mira expectante, como lo hace Europa, como lo hace el mundo entero; ha vencido. ¿Convencerá?

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