Isaías Lafuente – Llegaron.


MADRID, 24 (OTR/PRESS)

Lo podría pensar hoy un alemán. Vinieron a por los griegos y como no éramos griegos – y además ellos eran pocos, mentirosos y perezosos – no hicimos nada. Después vinieron a por los irlandeses y a por los portugueses y aunque hicimos algo para que el virus quedase en la periferia, no fue suficiente. Después fueron a por los italianos y aporrearon con fuerza la puerta de los españoles y consideramos que eran cosas suyas, fruto de pecados pasados, que no acababan de concernirnos.

Cuando empezaron a temblar las deudas de Francia, Austria, Bélgica y otra decena de países comenzamos a preocuparnos aunque no lo suficiente, porque su debilidad subrayaba nuestra fortaleza y los mercados seguían pirrándose con nuestra deuda. Y cuando un día fuimos a los mercados y nos quedamos sin colocar la mitad de nuestros bonos porque los inversores no los querían ni a precio de ganga, nos asomamos directamente al abismo sin que hubiera nadie delante de nosotros que nos sirvieran de parapeto ni detrás para echarnos una mano. ¿Les suena?

Quizás pueda parecer un punto apocalíptico, pero sólo hemos contado la mitad de la historia. En el curso de este proceso desidioso han caído por la presión de los mercados gobiernos elegidos democráticamente, hemos hipotecado conquistas sociales logradas a lo largo de décadas, millones de ciudadanos se han quedado sin trabajo y sin esperanza de recuperarlo a corto plazo, hemos derivado a las futuras generaciones la factura de nuestros excesos pasados, y la impotencia o la inoperancia de los dirigentes europeos para consensuar una respuesta eficaz está alejando progresivamente a los ciudadanos de la política y de Europa.

Aquí en España nunca se vivió con tanta contención una victoria electoral tan arrolladora y una derrota tan aplastante. Ni los perdedores pueden hacer convenientemente su duelo ni los ganadores disfrutar como corresponde de las mieles derivadas del retorno al poder. El peso de la responsabilidad ha caído como una losa sobre ambos. Ahora, con el horizonte electoral despejado, por lo menos podremos consensuar el diagnóstico sobre los que nos pasa, sin frivolidades. Mariano Rajoy ya sabe que él no es el milagro, que no hay soluciones mágicas, que lo hecho en el 96 no servirá para encontrar soluciones futuras y, sobre todo, que al margen de los errores internos, ya pagados en las urnas, el origen y el final de esta dura crisis están fuera de España.

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