MADRID, 5 (OTR/PRESS)
La ministra de Trabajo y Política Social del Gobierno italiano, Elsa Fornero, rompió a llorar cuando anunciaba que la inflación se va a ir comiendo inexorablemente las pensiones, pues uno de los «recortes» del «plan de ajuste» italiano consiste en dejar de adecuarlas anualmente al incremento del coste de la vida. Elsa Fornero, que al parecer conserva algún adarme de sensibilidad pese a ser economista en estos tiempos, debió sentir como muy injustas y lesivas sus palabras mientras las iba pronunciando, pero sus lágrimas brotaron también porque, a resultas de la despiadada y avasalladora Revolución de los Ricos, su cargo, desde el que habría de laborar por el bienestar de la gente, particularmente de la más vulnerable, se desnudaba de todo sentido: anunciaba pobreza y malestar.
Las comparaciones son odiosas, sobre todo para los que salen malparados de ellas, de suerte que no es cosa de comparar a Elsa Fornero con María Dolores de Cospedal, ni el sentimiento, resuelto en lágrimas amargas, de la una, con la aparente carencia de resonancia emocional de la manchega al anunciar que retiraba las pensiones de 400 euros a treinta y tantas mil viudas de su región, uno de los «recortes» a ejecutar por su guillotina. Para comparar, en todo caso, habría que saber, y no sabemos, por ejemplo, cuáles son los ingresos y los bienes de fortuna de la ministra italiana, a fin de conocer si sus lágrimas son o no de cocodrilo, pero sí sabemos, publicado está, que Cospedal ha ido en los últimos tiempos sumando sueldos y remuneraciones hasta levantarse, sin contar otras rentas, cuarenta millones de pesetas al año, como también sabemos, si las informaciones que lo detallan se ajustan a la verdad, que anda haciéndose un cigarral, una suntuosa casa de campo, por valor de dos millones y medio de euros.
Hay que tener mucho valor, o muy poco de otras cosas, para empobrecer a los demás mientras uno se enriquece, aunque en eso consiste precisamente, para algunos, la «crisis» actual. Pero las comparaciones son, además de odiosas, absurdas: a lo mejor Fornero tenía motivos para llorar, y Cospedal, no.