Día de los Derechos Humanos.

Acabamos de celebrar el Día de los Derechos Humanos. Algunos teóricos sostienen que la Iglesia no se ocupó de los derechos humanos, que éstos llegaron con la Ilustración, y se hicieron oficiales en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948. Eso es faltar a la verdad. El cristianismo siempre defendió los derechos humanos frente a la barbarie, y los sigue defendiendo hoy incluso contra la propia ONU. No se hablaba de “derechos humanos” explícitamente porque en el cristianismo están contenidos todos los derechos del hombre, cuya dignidad está fundada en su semejanza con Dios desde su creación y no como producto de una reivindicación. Los derechos humanos forman parte del derecho natural, que emana directamente del Creador. Benedicto XVI, cuando aún era el cardenal Ratzinger asegura que los derechos humanos no nacen sólo de la Ilustración, sino del pensamiento cristiano, y argumenta que la Iglesia acepta la herencia de la Ilustración “desde el momento en que es capaz de salvar el verdadero y profundo mensaje de liberación del hombre. Ratzinger ve en el binomio Iglesia Estado característico del cristianismo europeo “el comienzo y el fundamento persistente de la idea occidental de libertad. […] Puesto que desde entonces existen dos comunidades recíprocamente ordenadas, pero no idénticas, ninguna de las cuales tienen el carácter de la totalidad”. (J. Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, Nuevos ensayos de Eclesiología, BAC, Madrid, 2005). Otra corriente de pensamiento sostiene que los derechos humanos son consecuencia del derecho positivo y, por tanto, sujetos a cambio.

El papa Pío XI en su encíclica de 1937, Divini Redemptoris dice que “el hombre, en cuanto persona, posee derechos dados por Dios, que deben ser defendidos de todo atentado de la comunidad que tuviese como objetivo negarlos, abolirlos o impedir su ejercicio”. Faltaban once años para que se firmara la declaración de principios de la ONU, pero ya el término “derechos humanos” era empleado en la encíclica.

Aun reconociendo los grandes méritos de la Ilustración, Brian Tierney, uno de los grandes expertos en Derecho Canónico, defiende las tesis sobre el origen cristiano de las modernas teorías sobre los derechos humanos: “La idea de los derechos naturales se desarrolló –quizá al comienzo habría podido desarrollarse sola—dentro de una cultura religiosa que integraba la argumentación racional sobre la naturaleza humana con una fe en la que los hombres eran vistos como hijos de un Dios amoroso”.

Las palabras de Juan Pablo II pronunciadas en 1979 en la ONU no deberían dejar ninguna duda al respecto: “El fundamento de los derechos humanos es la dignidad de la persona humana”.

Medio siglo después estamos en mejores condiciones de analizar más a fondo las fisuras de la Declaración de los Derechos Humanos así como la intencionalidad de sus postulados laicos.

La Declaración de 1948 tiene su matriz en la primera Declaración de los Derechos Humanos de 1776, después de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, y en la Revolución francesa. No obstante, hay que matizar. La declaración estadounidense se fundamenta en los principios cristianos. (La masonería tuvo mucho que ver en la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, como también en las de las colonias españolas de América. Sus dirigentes eran masones. No obstante, por razones de estrategia social, se incluyeron los principios cristianos ya que la mayoría de los casi recién llegados profesaban esta religión). Así, en el preámbulo leemos: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Se establece asimismo el derecho a la libertad religiosa y de conciencia; y el “deber de todos de practicar la indulgencia, el amor y la caridad cristianas”.

En la Declaración francesa de 1789, aunque se inspiró en la norteamericana, se tuvo especial cuidado de erradicar toda idea cristiana. Es una Declaración de principios absolutamente gnóstica, iluminista y laica. El Creador se sustituye por un Ser Supremo, indefinido y abstracto, sin relación directa con el ser humano.

La evolución jurídica, política y constitucional de los estados tiene su inicio en la Declaración francesa, y en ella se basan las constituciones de la mayor parte de las naciones europeas y americanas, aparte de la Declaración de la ONU de 1948, y más recientemente la Constitución europea, muy criticada –y con razón—por el Vaticano por haber omitido el origen cristiano de Europa, cuya historia no hubiera sido posible sin el cristianismo.

El arco de derechos humanos abarca el derecho a la libertad, a la igualdad, a la participación en política, a no sufrir discriminación, al trabajo, a la presunción de inocencia, a la intimidad y a una vida digna.

Desde su fundación se consideró que la Declaración ponía de relieve el predominio del liberalismo individualista y otros valores y conceptos occidentales. Dieciocho años después, se hizo una revisión general del texto original con el fin de darle una cobertura más universal. Sin embargo, la ONU no ha sido eficiente, ni sus convenios han tenido demasiada resonancia. (En 1948 se firmó el convenio contra el genocidio; en 1965 contra la discriminación racial; en 1966 sobre los derechos económicos, sociales y culturales, y sobre los políticos y civiles; en 1979 contra la eliminación de cualquier forma de discriminación contra las mujeres; y en 1984 contra la tortura. Legalmente estos convenios no tienen carácter vinculante a no ser que se ratifique en tratados pertinentes con los estados). Por otro lado, ha contaminado el auténtico significado del concepto “derechos humanos”. Los ha sacralizado para luego prostituirlos.

La sacralización de los derechos humanos.
Sistemas ideológicos como el comunismo o el nazismo no tienen cabida hoy. El ocaso de estos programas políticos, propició la entronización de los “derechos humanos” como nueva ideología consensual y centro del discurso político. La ambigüedad de esta nueva bandera la hace muy susceptible de ser manipulada y a su amparo pueden tener justificación hechos reprobables. Porque, ¿a qué derechos humanos nos referimos? No a los emanados del derecho natural, sino a esta nueva ideología tendente a transformar los derechos humanos en una religión laica fundamentada en el derecho subjetivo.

Aclarando cuestiones: Todos estaremos de acuerdo en que del abanico de derechos humanos registrados en la declaración, el primordial es el derecho a la vida. Y sin el derecho a la vida no caben otros derechos. La ONU, no sólo no ha defendido la vida como bien supremo, sino que ha propiciado desde el principio de su fundación la Cultura de la Muerte, a través de sus políticas de control de población, eugenesia y aborto.

La “revolución” empezó un poco antes de mayo del 68. El control de la natalidad como nuevo derecho humano se asienta en la Declaración de Teherán de ese año. Los países con alta densidad de población empezaron a interesarse por los nuevos métodos de control de la natalidad que podían desactivar la “bomba demográfica”, uno de sus problemas fundamentales para el desarrollo, según las teorías antinatalistas.

Pero fue en la década del 70 cuando las feministas de género empezaron a dar la batalla. El año 1975 fue declarado Año Internacional de las Mujeres, y a partir de ahí se inició el periplo de reuniones en diferentes partes del mundo para imponer el control de la natalidad, disfrazado de derecho al propio cuerpo, lo que unos años después se transformaría en derecho a la salud sexual y reproductiva. El nombre es un eufemismo que significa sexo libre, anticonceptivos y aborto. Control de población puro y duro.

La ONU en su relativismo ha propiciado que matar deje de considerarse delito y pase a ser un derecho, como en el caso del aborto y la eutanasia. El aborto, una vez legalizado en Estados Unidos, sirvió de vía para la promulgación de leyes similares en el resto de Europa. Las feministas de género trabajaron activamente para transformar la polaridad sexual en género, presionando a políticos y legisladores –son sus estrategias—pero nada hubiera sido posible sin el apoyo incondicional de la ONU y sus organismos internacionales en connivencia con la IPPF y otras organizaciones proabortistas. El año 1979 fue una fecha clave en la prostitución de los derechos de la mujer y la familia.

Los derechos humanos como estrategia de control de la población.
La ONU ha sido el gran atanor de conceptos vacíos y eufemismos confusos sirviendo a una suerte de derechos humanos inexistentes. Según Hours la “universalidad de los derechos humanos es una abstracción sin contenido, un postulado ideológico que no se puede probar, una especie de mística. […] El final de las ideologías utópicas no ha suprimido la utopía, sino que ha sido sustituida por la dictadura del pensamiento único”. Critica este pensador la nueva colonización del Tercer Mundo que a la sombra de supuestos derechos humanos está imponiendo la eufemística y erróneamente denominada salud reproductiva como método de control de la población. (Remito al lector a mis artículos «Feminismo de género, una ideología totalitaria», publicados en este medio).

Resulta paradójico que al amparo de la ONU hayan crecido organizaciones que no sólo atentan contra el derecho a la vida, sino que promueven la muerte. Pero todo esto estaba dicho. El mismo año de la creación de la ONU, Julián Huxley, presidente de la UNESCO en un artículo titulado UNESCO: su propósito y su Filosofía, revelaba los objetivos ocultos de esta organización internacional: “De este modo, aunque es muy verdadero que cualquier política eugenésica radical sobre crianza humana controlada, será aún por muchos años política y psicológicamente imposible, para la UNESCO será importante ver que el problema eugenésico se examine con el mayor cuidado, y que la opinión pública sea informada de los asuntos en juego de modo tal que mucho de lo impensable, al menos se vuelva pensable”. (Citado en Winifride Prestwich, You were Asking about Cairo, The Interim, 1994).

En 1966, la Asamblea General de la ONU aprobó por unanimidad una resolución para solicitar ayudas especiales a los países que estuviesen interesados en disminuir su población. Al año siguiente se creó el Fondo de las Naciones Unidas para Actividades de Población que desde entonces promueve el control de la natalidad en el Tercer Mundo. (El UNFPA es el mayor proveedor de condones del mundo. Realiza grandes compras al año para surtir a sus “Oficinas de País” y para clientes externos de más de 168 países. Abastece a gobiernos y cobra una comisión del 5 por ciento a los clientes que no pertenecen al Fondo de Población. Sociedades de homosexuales se lucran con este producto convertido en un signo de rebeldía contra la Iglesia Católica y las iglesias cristianas y musulmanas).

El derecho a la vida como derecho supremo.
El artículo 1 de la Declaración considera la familia como “el elemento natural y fundamental de la sociedad y del Estado”. Sin embargo sus programas de control de población en los países en vías de desarrollo, son contrarios a este fundamento. Hoy se está tratando de cambiar el concepto de familia.

Es triste que países del Tercer Mundo, donde las mujeres no gozan de derechos civiles y políticos, donde la alfabetización no existe y donde la pobreza es el estado normal de las familias, firmen convenios para implementar programas de control de la natalidad, muchas veces impuestos a la fuerza.

La Santa Sede, en las Naciones Unidas, como Observador Permanente, es una especie de antorcha que alumbra la razón, a la vez que un ojo vigilante que endereza el timón del barco del mundo que navega en aguas turbulentas.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora
Directora de Ourense siglo XXI
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
www.magdalenadelamo.com
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(12/12/2011)
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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