Fernando Jáuregui – El fin de la fiesta.


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

El día de los Reyes Magos, que también es el de la Pascua Militar, se considera generalmente como el fin de las largas fiestas navideñas. Este 6 de enero culminan unas jornadas semivacacionales para muchos, pero en todo caso insólitas por su densidad informativa y por la importancia de las decisiones que se han ido adoptando. Yo diría que, en los dos últimos (y primeros) Consejos de Ministros, los españoles han tomado plena conciencia de que, en efecto, la fiesta se ha acabado. Otra cosa es que, a la vuelta de estos días familiares y tras los atascos provocados por las cabalgatas de Reyes, la ciudadanía se adapte con mayor o menor disciplina al tremendo ajuste de gasto que no es que nos vaya a venir, sino que nos ha venido ya, y suma y sigue.

Ignoro si el Rey aprovechará su discurso en la Pascua Militar para deslizar nuevas frases que hablen de la situación económica del país y de los esfuerzos que, dicen quienes dicen que saben, son necesarios para salir de la crisis. Tampoco es seguro que Mariano Rajoy, que «reaparece» con este fasto, se explaye ante los chicos de la prensa, que, por cierto, encontramos cada día más limitaciones para circular por el Palacio de Oriente y para contactar con las que pueden ser fuentes informativas. Pero ya casi da lo mismo: lo cierto es que el españolito de a pie, ese que contempla entrar a gran velocidad los automóviles oscuros con su ilustre cargamento en el patio palaciego, se va haciendo a la idea, con discursos o sin ellos, de lo que le espera, y de que resulta inútil pedir a los Magos de Oriente lo que el Rey de carne y hueso y que habita en el palacio con el mismo nombre, o los políticos que asisten a esta Pascua tradicional, no pueden ya traer: la seguridad de la pronta recuperación del empleo de los familiares que lo han perdido, la confianza en que el poder adquisitivo disminuido vuelva a ser lo que fue.

Es cierto que España es un país básicamente alegre y confiado, que aprovecha cualquier pretexto, navideño o no, para sacar a pasear su espíritu festivo. Lo hemos hecho, nuevamente y pese a los presagios unánimemente malos, en esta ocasión: hemos tirado una buena parte de la casa por la ventana y hemos mantenido, con apenas retrocesos más leves de lo que cabía esperar, las comidas de empresa, las salidas vacacionales, las compras de juguetes y regalos. No seré yo quien critique un consumo que me parece fundamental para alentar un cierto calor a nuestra economía. Pero la cuesta de enero de este 2102 va a ser, con o sin rebajas, más empinada que nunca. Siempre acaba la fiesta tras el roscón: pero hoy, me temo, el final va a ser más abrupto que nunca. Si puede ser, en fin, que no decaiga. Al menos, que no decaiga demasiado, que lo único que no estamos en posición de perder es la alegría.

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