Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – ¿Puede una democracia vivir sin oposición?.


MADRID, 07 (EUROPA OTR/PRESS)

Son estos días de conversaciones más o menos reposadas con quienes los periodistas calificamos como «fuentes». Un reciente alto cargo me comenta el que, a su juicio, es el «despropósito» de asistir a una «pelea personal» por el control del Partido Socialista, al tiempo que me lee algunos titulares en los periódicos: «Bruselas duda del plan fiscal español», «El euro se hunde y el BCE sale al auxilio de Italia y España», «Lagarde dice que es «improbable» que desaparezca el euro en 2012″, «La prima de riesgo de la deuda española roza los 400 puntos básicos», «Saénz de Santamaría: «La realidad es más dura de lo que pensábamos»»… Y estos son, conste, apenas algunos ejemplos. Ante este panorama, negro a escala europea y no digamos ya a nivel nacional, ¿a quién puede interesarle, me dice mi interlocutor, que sea Alfredo Pérez Rubalcaba o que sea Carme Chacón quien se alce con la secretaría general de un PSOE que ha perdido casi las tres cuartas partes del poder que tuvo hace apenas dos años y que no lo recuperará, con suerte, hasta dentro de varios años? «Me interesa a mí, por ejemplo», le respondo.

Me parece que la sociedad española debería ser consciente de lo que se juega en este debate interno emprendido por el partido que nos gobernó hasta hace un mes. Hoy, el PSOE es un buque desarbolado, que camina sin rumbo, con la marinería dividida y desanimada. Pero es cierto que sigue siendo la alternativa posible, mientras no surjan otras opciones capaces de enfrentarse a las soluciones que nos dicta una Europa acobardada y a la que el Gobierno español, el actual y el anterior, se ve forzado a acoplarse. En estas condiciones, tengo la impresión de que ha de ser el propio PSOE el que, reinventándose, se convierta en esa nueva opción. La gran pregunta es si la formación que creó Pablo Iglesias es capaz de reinventarse, de abandonar dogmas que dividen a las sociedades en «derecha» e «izquierda» y aceptar y lanzar propuestas de capitalismo inteligente, más allá de aquellas a las que se vea forzado, como le ocurrió a Rodríguez Zapatero, por las circunstancias externas.

Me interesan enormemente las propuestas que ahora -ahora- hacen a la sociedad española que se siente más o menos «progresista» tanto el candidato exvicepresidente como la candidata exministra de Defensa. Llegan tarde, es cierto, y siempre podremos reprocharles que no hayan planteado antes, cuando podían llevarlas a cabo, sus ideas acerca de cómo organizar internamente un partido que lleva años de «aparatismo» y en el que se han cometido desmanes sin cuento; para mí, ambos están descalificados por eso. Pero no menos verdad es que, al menos, estos debates internos han de servir de puente hacia lo que haya de venir, que en ningún caso será este mismo partido, efímeramente federal, cuarteado territorialmente, dominado por una Ejecutiva impermeable y por un comité federal silente, así como por las ambiciones de quienes se resisten a abandonar el coche oficial, aunque sea el de menor cilindrada que corresponde a la oposición.

Una democracia no puede vivir sin oposición, sin masa crítica. España sigue siendo un país con muy escasa sociedad civil -cierto: la clase política no la ha alentado, y sé bien lo que me digo-. En unas circunstancias en las que un partido ostenta mayoría absoluta en la mayor parte de los ayuntamientos importantes, en el ochenta por ciento de las diputaciones y las autonomías, en el Parlamento y, por tanto, gobierna la nación sin obstáculos, es fundamental la creación de contrapesos. Y ahí, por muy mal que lo hayan hecho y lo estén haciendo muchos de sus dirigentes, bastantes de sus cuadros y algunos de sus militantes, solamente tenemos, a escala nacional, al PSOE. A ese PSOE que bien se ha ocupado, junto con el PP, de limar las posibilidades electorales de terceras formaciones convirtiendo a nuestro país en bipartidista.

Ahora, además de pedir responsabilidades a ese PSOE por pasadas trapisondas -ni unas primarias fueron capaces de hacer en su momento, cuando sus correligionarios franceses les abochornaron con las suyas-, conviene exigirles un debate limpio, a fondo, de autocrítica cruel. Porque, por muy bien que lo haga el gobernante que cuenta con el poder más amplio en la Historia de la democracia española -y me he manifestado agradablemente sorprendido por la composición del Ejecutivo, por ejemplo-, el momento que vivimos exige consensos en lo posible y deseable, y crítica constructiva en lo que se consideren desvíos de una actuación correcta, que también los ha habido ya, a mi entender.

No nos queda, pues, más remedio que seguir, con preocupada atención, las evoluciones precongresuales de los dos candidatos a renovar el PSOE, que, mientras no haya nada mejor, sigue siendo el otro platillo, hoy enormemente desequilibrado, de la balanza. ¿Merecerán esa atención o patinarán nuevamente en el suelo helado, haciéndonos caer a todos de bruces?

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