Cayetano González – Iguales ante la ley.


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

El juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón tiene, como dicen los cursis, un «horizonte penal» nada halagüeño. Ayer concluyó su primer juicio en el Tribunal Supremo -el motivado por las escuchas que ordenó hacer en la cárcel durante las reuniones de algunos abogados del caso Gürtel con sus defendidos-, pero le quedan dos mas: el relacionado con su empeño por reabrir la investigación de los crímenes del franquismo y el de su petición de dinero a algunos de los principales bancos y empresas del país para que le subvencionaran los cursos que impartía en Universidades de Estados Unidos, cuando algunos de los máximos directivos de esos bancos o empresas estaban involucrados en algún proceso judicial que le correspondía instruir y en su caso juzgar al propio peticionario. Por todo ello, Garzón se enfrenta con penas que pueden suponer su inhabilitación como juez.

Decir que Garzón es un personaje muy controvertido resulta obvio. Lo es, fundamentalmente, desde aquella pirueta vital y política que protagonizó cuando aceptó en 1993 ser el número dos por la lista del PSOE por Madrid -detrás de Felipe González- y al cabo de unos meses, cuando no le nombraron lo que el quería -ministro de Interior y/o de Justicia- dejó la política, volvió a su juzgado de la Audiencia Nacional y desempolvó para activarlo todo lo que tenía sobre los GAL, lo que propició que tres años más tarde acabaran en la cárcel importantes altos cargos de los Gobiernos de González: un exministro del Interior (José Barrionuevo), un exsecretario de Estado de Seguridad (Rafael Vera) y un exdirector de la Seguridad del Estado (Julián Sancristóbal).

A partir de entonces, con los gobiernos del PP, es justo reconocer que Garzón protagonizó actuaciones judiciales contra la banda terrorista ETA y su entorno que ningún otro juez de la Audiencia Nacional se hubiera atrevido a llevar adelante y que supuso asestar duros golpes al entramado terrorista etarra. Digo que protagonizó porque esa era una condición connatural al que se ha venido en denominar «juez estrella». Garzón es una persona tremendamente vanidosa, necesitada de sentir el calor de los flashes y de las cámaras de televisión en su rostro. Seguramente ese pecado de vanidad y de querer ser el centro de todo haya sido lo que a la larga le ha llevado a la situación en la que actualmente se encuentra.

En su mensaje de la pasada Nochebuena, el Rey don Juan Carlos hizo una afirmación rotunda, categórica: «La justicia es igual para todos», que todo el mundo interpretó como una referencia demoledora al caso de su yerno, Iñaki Urdangarin. El propio Rey se quejó días después de que se hubiera personalizado en el marido de su hija tal referencia. Y tiene razón, pues aunque el Rey es el primero que sabe con que intención dijo lo que dijo, su aseveración viene al pelo para lo que estamos contemplando en estos tiempos en los juzgados, llámense Camps, Matas, Blanco o incluso Garzón.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído