Antonio Casado – La letra pequeña.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Por boca del líder del principal grupo de la oposición, Pérez Rubalcaba, supo este miércoles Mariano Rajoy que el PSOE no apoyará en el Parlamento la reforma laboral recientemente alumbrada por el Gobierno. No hace más que devolverle la pelota, cuando ni siquiera se han cumplido dos años desde que, con los papeles cambiados, el PP también votó en contra de la reforma laboral presentada por el Gobierno anterior.

Esperemos que el rechazo socialista no se inspire solo en afanes de desquite. No parece, cuando el partido de Rubalcaba sí piensa apoyar la reforma financiera. Al menos tiene argumentado el rechazo. A saber: la reforma laboral del PP abarata y facilita el despido, ataca los derechos de los trabajadores recogidos en los convenios colectivos, suprime garantías laborales al facilitar el descuelgue de pequeñas y medianas empresas, ignora derechos adquiridos en convenios al fijar en dos años el plazo máximo de denuncia de los convenios, etc.

Pero hay un más allá de esas objeciones «técnicas» a esta nueva regulación del mercado laboral. A medida que se ha ido descifrando la letra pequeña del decreto ley 3/2012, en los sectores progresistas ha ido ganando terreno la idea de que se abre un camino hacia la sociedad del sálvese quien pueda. Es la sombra de una sospecha que planea sobre los asalariados, como la parte más débil en las relaciones de poder.

Tanto el espíritu como la letra de esta nueva vuelta de tuerca sobre el status del trabajador, el fijo y el temporal, nos anuncian una economía más competitiva y una sociedad menos justa. ¿Tal vez estamos empezando a envidiar el modelo chino? Las señales están camufladas, como digo, en la letra pequeña del decreto-ley de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral. Indican a las capas sociales más débiles el camino hacia un entorno social más hostil.

El empleo basura, el despido fácil y los sacrificios salariales, como mecanismos de ajuste empresarial en tiempos de crisis, vienen para quedarse cuando salgamos del túnel. Y en cuanto a lo público, incluidos EREs y despidos por «insuficiencia presupuestaria», el llamado Estado del Bienestar puede sufrir algún desperfecto si se apuran las posibilidades que ofrece esta reforma al gobernante de turno.

Razones más que suficientes para que un partido de izquierdas se oponga, al margen de que el PSOE quiera pagar a Rajoy con la misma moneda que éste le pagó cuando el Gobierno Zapatero fletó su reforma en junio de 2010. Entonces, Dolores de Cospedal, número dos del PP, se dejaba ver en público con una «kufia» al cuello diciendo «¡Somos el partido de los trabajadores y no me cansaré de decirlo!». Han cambiado las tornas. Ahora los socialistas se apropian de aquellas palabras pronunciadas por Rajoy contra la reforma del Gobierno anterior: «Queremos una reforma laboral que cree empleo y que no lo destruya».

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