Entre agencias de calificación, mercados y recortes, un panorama desolador.

Vamos de sobresalto en sobresalto. Colocamos bien la deuda un día, mejor de lo esperado y empezamos a hacernos ilusiones y hasta a convencernos de que vale la pena apretarse el cinturón porque, por fin, España empieza a ser un país fiable con un Gobierno serio que ha empeñado su palabra en que así sea. Pero qué poco dura la alegría en casa del pobre. Dos días después, ¡zas!; batacazo de las bolsas, sube la prima de riesgo, la deuda a mayor interés, baja la inversión pública, el consumo, el grifo del crédito sigue cerrado, más empresas echan el cierre y la lista de parados sigue aumentando en varios miles por día. Vivimos días de locura y frenesí. Está bien que entonemos todos el mea culpa por haber vivido por encima de nuestras posibilidades y haber creído que teníamos derecho a “corbatas, sopa… de todo”, que decía el gran Gila. Pero, basta ya de matraca, los mayores culpables son los vampiros que nos entramparon presionándonos a colmar unas necesidades creadas a base de marketing. Las agencias de calificación siguen a lo suyo. Ahora les tocó el turno a las comunidades autónomas, entre ellas Cataluña cuya nota de solvencia está a un paso del bono basura; casi a nivel de Grecia pero sin el Partenón y esas viejas ruinas, esplendor de tiempos pasados. Lo de Grecia es una obra dramática en varios actos, de mucho mayor alcance que todas sus tragedias juntas. El pacto para el segundo rescate es inasumible, y también las medidas. Ya que aludimos al viejo país, cuna de la cultura occidental y base de los arquetipos, no estaría de más recomendar a los tecnócratas la lectura de obras, como Los trabajos y los días, que Hesíodo escribió allá por el año 700 a. C., y cuyo fondo es también una gran crisis; y cómo no, a los escolásticos del Siglo de Oro español. Italia y España están a un paso por encima de Grecia, y más arriba, el eje franco-alemán ordenando y exigiendo hasta la asfixia, hasta la extenuación. Parece que estamos al fin de un ciclo, del que éste sería un momento de transición. Los grandes imperios del pasado entraron en decadencia por la corrupción de las cúpulas, de los Estados, y esto está presente en nuestros días. Hoy la economía está contaminada por la usura hasta límites nunca vistos. La usura siempre fue considerada como algo deleznable y todos los pueblos la han combatido por medio de leyes y edictos. La Biblia, el Rig-Veda, las Leyes de Manú, los Yatakas budistas, los clásicos griegos, Justiniano, Carlomagno y la propia Iglesia católica han condenado la usura.

Volviendo a estos entes misteriosos que suben y bajan la nota de nuestras cartillas de calificación, nunca entendí muy bien que las mismas agencias que le daban la “triple A” al Leman Brothers de las subprime un día antes de declararse en quiebra, puedan seguir ejerciendo su tiranía y tengan fieles seguidores, teniendo además la evidencia de sus intereses en bancos y sociedades de inversión, amén de algún chanchullo sobre el que no se quiso escarbar porque “no era conveniente”. Por otro lado, va siendo de dominio público que están en entredicho y que, en definitiva, son empresas privadas y su fin último no está relacionado precisamente con la filantropía. Cada vez nos preguntamos con menor rubor “quién controla a las controladoras”. Sin embargo, los interesados se echan a temblar ante sus dictámenes. Alonso, el portavoz del PP, cada vez las entiende menos y no le dolieron prendas decirlo. Y gustó al personal. Estamos tan acostumbrados a la seguridad de los políticos, a que tengan respuestas para todo, a que nunca duden de nada, dando la impresión de que tienen hilo directo con el cielo, que oír decir al portavoz del PP, que cada vez entiende menos a las agencias de calificación, lo ha hecho merecedor del premio a la sinceridad. Podía haber eludido esa confesión, que de alguna manera lo hace más vulnerable, o haberle pedido a De Guindos un par de frases ad hoc, de terminología económica, y listo. Pero no, se apuntó a la opinión de la calle y quedó muy cuco, porque ha producido el milagro de que nos sintamos todos un poco menos despistados. No sabemos el fin último pero columbramos que alguien está jugando al Monopoly la tarde de un sábado lluvioso y eterno. Cómo quedaremos cuando lo doblen en cuatro y cada elemento vuelva a su sitio hasta la próxima partida, es algo que nadie sabe, ni siquiera los tahúres que controlan el tablero. Que salimos de ésta, claro que salimos. Pero, ¿cuándo? ; ¿a qué precio?; ¿cuántos millones de desgraciados se llevará el tsunami? Conciencia, tecnócratas, conciencia. No olvidéis que sois mortales y que estáis solo de paso.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora de Ourense siglo XXI
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
www.magdalenadelamo.com
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(17/2/2012)
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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