Fernando Jáuregui – Que sí, que habrá «cumbre» iberoamericana, pero ¿qué cumbre?


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

Pienso que, con muy buen criterio, el Gobierno español no solamente ha decidido mantener, sino potenciar al máximo posible, la próxima «cumbre» iberoamericana, que se celebrará en Cádiz los días 16 y 17 de noviembre. El propio Rajoy, acompañado de la vicepresidenta y del ministro de Exteriores, lo anunciaba este miércoles en presencia del secretario general iberoamericano, Enrique Iglesias, que es el alma de la organización de estos eventos, de los que ya se han celebrado 21, con diferente y variado éxito.

La política exterior española de cara a Iberoamérica experimentó un auge notable, lo mismo que los intercambios económicos, a raíz de la celebración del quinto centenario del descubrimiento de América y de las consiguientes «cumbres» iberoamericanas impulsadas primero por Felipe González, luego por Aznar y después -aunque algo menos- por Zapatero. Sin embargo, al tiempo que la presencia de las grandes empresas españolas en América Latina se incrementaba de manera asombrosa, hasta el punto de ser los primeros inversores mundiales en algunos países, el peso político de las «cumbres» decaía. Un poco, sospecho, por culpa de la propia diplomacia española y otro poco por la propia situación, agitada y poco homogénea, en el subcontinente.

Hoy, el vuelco respecto de hace veinte años es casi total. Si hubo algo de prepotencia en la actitud española hacia ese conjunto dispar de naciones que componen América Latina, ahora la realidad es que los beneficios de las empresas españolas se concentran al otro lado del Atlántico, mientras que las cuentas domésticas bordean el desastre. Y todo el mundo ve como cercano el momento en el que el peso de la inmigración «intelectual» española se dirija masivamente a lugares como México, Colombia, Chile, Argentina, Panamá… o las propias Cuba y Venezuela, que se encuentran en un proceso de transición hacia fórmulas de mayor flexibilidad. Así, América Latina puede llegar a convertirse, debe hacerlo a corto plazo, en un destino, por encima de la propia Europa, que atenúe la angustiosa situación del desempleo en España. Eso impone -y lo dijo Rajoy en el acto de presentación del encuentro de Cádiz- «alejar estereotipos del pasado y presentar la nueva realidad iberoamericana de la Unión Europea».

Muchas veces, el tema de las relaciones entre España y los estados iberoamericanos ha sido objeto de retórica. Hoy es mucho más que eso: España depende de América Latina casi tanto como de Europa, y la situación se va inclinando hacia la opción trasatlántica. Junto con Portugal, es el único país europeo con una cierta influencia -lengua, historia, tradiciones, religión…_ en un continente que crece a tasas superiores a una media del siete por ciento anual. Resulta impensable que la política exterior española no tenga, como prioridad absoluta, el contacto, la presencia, en Latinoamérica; resultaría nefasto que Mariano Rajoy y sus ministros, aunque lógicamente preocupados por lo que a los españoles les pueda ocurrir en y con Europa, no planificasen viajes frecuentes e intensos al otro lado del «charco» y se dejen ganar por la pujante influencia de los países emergentes.

Algo hemos tenido que hacer mal las dos partes para que se produzcan fracasos tan sonoros como la última «cumbre» iberoamericana, la del pasado mes de octubre en Asunción. Las ausencias fueron clamorosas, y más de un jefe de Estado latinoamericano alardeó, en privado, de haber dado un «portazo» a España. Una situación que no se puede repetir, y menos cuando la XXII Cumbre Iberoamericana se celebrará en Cádiz, como colofón de las celebraciones del bicentenario de la primera Constitución democrática, que tanta influencia iba a tener en las cartas magnas de América Latina.

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