Rafael Torres – Al margen – Esfuerzos muy grandes.


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

No deja de ser curioso que quienes más insisten, con expresión compungida, en que en las actuales circunstancias económicas hay que hacer «sacrificios y esfuerzos muy grandes», son precisamente los que ni tienen que hacer ni van a hacer sacrificio ni esfuerzo ninguno. Con los sueldazos, los privilegios y las sinecuras de que disfrutan esos mesias del sacrificio y de los esfuerzos muy grandes, ya les pueden arañar unos eurillos en el IRPF, que no habrán de enterarse. El último en sumarse al arrebato sacrificial ha sido, cómo no, José María Aznar, que parece desdecirse ahora, al afirmar que no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades, de la política de derroche y de vivir de prestado que impulsó durante sus ocho años de gobierno.

Claro que esto de los esfuerzos muy grandes (que solo reza, como es natural, para los pobres y para la empobrecida clase media), vendría a consecuencia de un horrible pecado que hay que expiar, el que cometió la sociedad española eligiendo dos veces al íncubo de Zapatero. La política no funciona, al parecer, como el fútbol, que cuando un equipo va malamente y empieza a abrasarse en los ínferos del descenso, se cambia al entrenador y mejora, incluso mucho, como en los casos de Simeone en el Atleti, de Molina en el Villarreal, y de Abel Resino en el Granada. En la política española, no: Se cambia el entrenador, a Zapatero por Rajoy, y el equipo, o sea, el país, va mucho peor. Siempre queda la cosa, ciertamente, de culpar sistemáticamente de todo al antiguo míster, cuya torcida herencia no puede enderezar ni el mismísimo Rajoy, pese a su inconmensurable talla de estadista.

Hay que redoblar, en fin, los sacrificios y los esfuerzos, y más desde que sabemos que el déficit real del país es lo más parecido a un pedrusco atado al cuello. Lamentablemente, los cruzados de la causa, los más conspícuos adalides del recorte, no parecen dar muestras de ejemplaridad ninguna. Sus sueldazos, sus privilegios, sus sinecuras, siguen tan ternes, y lo de arrimar el hombro les debe parecer una cosa exótica y absurda, como de obrero, que no va con ellos ni poco ni mucho. Bastante se sacrifican ya, los pobres, dirigiéndonos. A la ruina.

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