Fernando Jáuregui – Dicen que el votante no castiga la corrupción.


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Se cierran este viernes las campañas electorales asturiana y andaluza y todos ventean los resultados, especialmente en esta última comunidad. El propio José Antonio Griñán, presidente de la Junta andaluza y candidato a lo mismo, ha admitido que algún caso de corrupción relacionado con el ERE -alguno tan llamativo como el del exdirector general de Empleo_ es susceptible de pasar factura a los socialistas en las urnas. No estoy tan seguro: la historia demuestra que el votante español castiga poco, o nada, una corrupción que fue rampante en la Comunidad Valenciana, donde para nada se alteró el voto, y en Baleares, donde se llegó a pasar de la sartén de Jaume Matas al fuego directo de la señora Munar. O recuerde usted aquel episodio del «tres por ciento» en Cataluña. En fin… De lo que sí estoy seguro es de que lo que los ciudadanos no perdonan son las querellas internas, la ineficacia y la incapacidad de convencer a los electores de que la propia opción significa, aun en la continuidad, el cambio.

Tengo la impresión, sustentada en lo que dicen las encuestas, de que el español medio está bastante harto de su clase política, en general, y las campañas andaluza y asturiana no deben haberle hecho variar sustancialmente esta opinión. Hemos vuelto a las batallas de los vídeos absurdos y a los ataques de sal gorda: he escuchado a relevantes socialistas recordar que Mariano Rajoy elogió la manera de gobernar de Jaume Matas -lo que ocurrió cuando aún no había saltado escándalo de corrupción alguno_ y también que el candidato del PP en Andalucía, Javier Arenas, fue compañero de Gobierno de Matas en tiempos de Aznar. No cabe, en mi opinión, insidia más burda. Claro que igualmente insidioso resulta que algunos «populares» pretendan mezclar directamente a Griñán en los asuntos del mentado director general, de su chofer y de su cohorte. No: Griñán es personalmente una persona honrada, mientras no se demuestre fehacientemente lo contrario. Como lo son Rajoy o Arenas. No se puede aventar la basura de manera que a todos salpique, porque ni ello es verdad ni es justo. Y contribuye a que los españoles empeoren más todavía su opinión acerca de quienes nos representan.

Otra cosa es que, tras treinta y dos años de gobierno socialista, Andalucía siga siendo la comunidad de menor renta, menos industria y más desempleo. Otra cosa es que el candidato Griñán no haya sabido ofrecer un programa de actuación realmente novedoso. Cierto que tampoco Arenas lo ha hecho, con la que está cayendo, pero él significa, pese a su veteranía, lo nuevo, lo por llegar. En el fondo y pese a todo, significa el cambio, que es lo que prima en esta nueva era sobre cualquier idea de continuidad. Para colmo, Griñán ha tenido que hacer una campaña algo desvaída, en la que Pérez Rubalcaba no se ha volcado precisamente, y lo mismo ha ocurrido con «históricos» como Felipe González y, sobre todo, Alfonso Guerra; han dejado a Griñán bastante solo, la verdad, vaya usted a saber por qué (aunque yo lo sospecho).

Lo de Asturias, donde celebran sus terceras elecciones en menos de un año, ha sido de aurora boreal. Alvarez Cascos ha demostrado que no es capaz de aunar fuerzas con otras opciones políticas, que no ha sabido sacar adelante unos presupuestos para la región y, para colmo, no ha advertido a los electores acerca de cuáles son sus intenciones de pacto, en el caso de que el Foro sea necesario para formar un gobierno de socialistas o de «populares». Y, claro, de propuestas nuevas, de ideas que revolucionen el desanimado panorama, también nada de nada. Y todo eso, aun repugnándome las prácticas corruptas que están saliendo a la luz, me parece aún -aún- más grave que el hecho de que algunos sinvergüenzas metan la mano en la caja pública.

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