Antonio Casado – En víspera del 25-M.


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

Se repartieron los papeles en el cierre de la campaña andaluza y asturiana. Rajoy a Sevilla y Cospedal a Gijón, lo cual ya es una pista de la importancia que se concede al desenlace de ambos procesos electorales. Un motivador empujoncito final del presidente del Gobierno a los votantes ante la sensación de que no está clara la mayoría absoluta del PP en Andalucía y presencia asturiana de la número dos del partido para trabajarse la posibilidad de un reencuentro post-electoral con su antecesor en el cargo, Alvarez Cascos, cuyas opciones de repetir como presidente del Principado han disminuido considerablemente.

Al paso de la secretaria general del PP por Asturias, Cospedal ha comentado con los nuevos candidatos asturianos (no tan visceralmente enfrentados a Cascos como los anteriores) que su partido excluye absolutamente un acuerdo con el PSOE después de las elecciones del domingo. Mirando al tendido de la dividida derecha asturiana, esta contundencia es una forma de contrarrestar las permanentes insinuaciones del antiguo compañero de partido sobre «un pacto de gobierno PP-PSOE que ya funciona desde que se concertaron para hacer imposible la aprobación de los Presupuestos de la región». Y sin apartar la mirada de esa derecha partida en dos, Cospedal no descarta la posibilidad de entenderse con Cascos si el PP supera en las urnas al Foro, que es lo más probable.

Lo que está claro es que si no se produce el pacto PP-Foro esta Comunidad se puede convertir en el temido islote socialista -temido por la derecha, se entiende- al que se refería Rajoy hace unos días. Nada que ver con la situación andaluza, donde los dirigentes del partido en el poder están convencidos de alcanzar la mayoría absoluta, aunque en sus mítines han seguido insistiendo en que no está claro. Pura táctica electoral. En privado se muestran seguros de alcanzar 55 escaños o más, suficientes para gobernar en solitario frente a un conjunto de partidos (PSOE, IU, UPyD y PA) cuya suma sería menor.

Lo demás trasciende los contornos regionales de estos comicios. Me refiero a su impacto a escala nacional e internacional. Y no precisamente por los resultados que, a esos efectos, serán más o menos irrelevantes. Me refiero al hecho mismo de la celebración de estas elecciones porque, junto a la huelga general del jueves que viene, despejan el calendario para que el Gobierno vuelva a convertirse en el indeseable portador de una segunda entrega de sangre, sudor y lágrimas. O sea, el tijeretazo de Semana Santa, que promete ser más duro que el de Nochevieja. Algo que, por otra parte, también están esperando los mercados, las cancillerías de la Eurozona y las autoridades de la UE. Y mientras no sepan exactamente como se las va a arreglar Rajoy para aumentar ingresos y seguir disminuyendo gastos (y no lo saben porque estas elecciones han actuado de silenciadores), no es extraño que nuestra prima de riesgo se haya vuelto a disparar.

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