Fernando Jáuregui – La difícil situación heredada y otros dislates.


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

Ahora dice el CIS que casi la mitad de sus encuestados da por hecho que el PP no hubiera gestionado la economía con más tino de lo que lo hizo el PSOE. Y, sin embargo, desde áreas gubernamentales se sigue cayendo en la tentación de culpar de todos nuestros males a la «difícil situación heredada», a la que el humor ciudadano ha titulado abreviadamente como «dish», un aburrido plato que se nos sirve en todas las ocasiones y circunstancias.

Ya digo: no son solamente los cercanos a Mariano Rajoy -y él es, por cierto, quien menos lo hace- los que, ante los reveses económicos que se multiplican, culpan a los antecesores. Lo hicieron los socialistas cuando llegaron al poder tras los «populares», y estos, con sus predecesores del PSOE al vencer en las elecciones. Nada nuevo, nada que no sirva para añadir una explicación más al patente hartazgo de los ciudadanos con su clase política.

Desde luego que no voy a defender la gestión económica del equipo Zapatero, porque algunas cosas resultan indefendibles. Sin embargo, cuando la política de austeridad sigue siendo castigada por mercados y europortavoces -el último, nada menos que el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi-, que exigen que nos apretemos más aún el cinturón; cuando los Presupuestos están encontrando una oposición en muchas autonomías -alguna, incluso del PP, como ocurre en Cantabria-, que los ven de imposible cumplimiento, entonces no cabe mirar hacia atrás y decir que toda la culpa es de Zapatero. Demasiado fácil. Sin duda, la situación que recibió Mariano Rajoy, el «hombre menos envidiable del mundo», según el Wall Street Journal, no era buena. Pero si yo hubiese sido preguntado por el CIS también figuraría entre quienes no están convencidos de que, con el PP al timón, las cosas se hubieran gestionado mucho mejor en medio de la crisis internacional.

Cierto que la era Zapatero fue abundante en errores, como aquella dádiva de cuatrocientos euros a todo español por el mero hecho de serlo, o aquel «Plan E» que dejó nuestras ciudades y pueblos cuajados de obras perfectamente innecesarias, aunque, eso sí, carísimas. Pero no menos verdad es que, en los cien primeros días del Gobierno Rajoy también hemos registrado incongruencias e incumplimientos con respecto a las declaraciones preelectorales, una reforma laboral cuestionada y, en mi opinión, cuestionable y unos Presupuestos cuando menos mejorables y cuando más difícilmente comprensibles, como puso de manifiesto el «Financial Times».

Claro, resulta grotesco que ahora la oposición venga con propuestas salvadoras que ella no puso en marcha cuando pudo hacerlo y criticando que se hagan cosas que ellos también hicieron o, queriendo hacerlas, no fueron capaces de llevarlas a cabo. Lo mismo que practicaron los «populares» cuando gobernaban los socialistas, que, a su vez, habían actuado de manera idéntica en tiempos de mando del PP. Y la rueda sigue y, es de temer, así seguirá por los siglos de los siglos, mientras la paciencia ciudadana se agota en medio del exigente estrangulamiento creciente de las famosas instancias europeas.

No falta quien, harto de leerlo y escucharlo, diga que quienes propugnan que de una vez se produzca un pacto entre los dos partidos para sacarnos de la crisis -yo mismo entre ellos- son, somos, unos pelmazos. Pero yo al menos no veo otra solución que salir del atolladero actual, situado entre «el Gobierno sabe lo que tiene que hacer» pronunciado por Rajoy y las acusaciones socialistas, que consideran «mentiroso» e «irresponsable» al Ejecutivo. Así no avanzamos ni un milímetro y consolidamos, en cambio, el retroceso de veinte años que ha experimentado ya nuestra economía. Las instancias internacionales, los famosos mercados, han demostrado ya que no se fían ni del PP ni del PSOE y, escuchando lo que se escucha, no me extraña. Solamente unidos los dos partidos nacionales podrán hacer frente a la desconfianza generalizada. Y que los unos se dejen de lamentos por la difícil situación heredada y los otros, que ya demostraron hasta dónde llegaban, abandonen las bravatas tipo «yo lo hubiera hecho mejor».

Señor, Señor, qué calvario de país, nunca mejor dicho que hoy…

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