GOBERNAR SIN CONTEMPLACIONES (Discurso sobre la Nada neoconsocialista).

PROPAGANDA Y NEOCONSOCIALISMO
Pepunto-señor Rubalcaba —esa Raquel Meller semibarbuda del neoconsocialismo que, con semoviente perfección de basculaciones manuales, representa como nadie la suprema flor de loto en el estanque nacional de las mentiras—, traicionando la verdad, con premeditación y alevosía ha querido hacer su campaña con un nuevo machaca-que-algo-queda; en unas elecciones generales que bien podrían haberse celebrado el Día de Difuntos, que pasarán a la Historia como las de la defunción del PSOE de las JONS. El nuevo machaca-que-algo-queda urdido para la ocasión por este ratoncito de cuentos para ingenuos, el ratoncito Pérez del PSOE, no ha sido otro que el siguiente y prosaico eslogan: el PP de Rajoy tiene un programa oculto.

El actual partido socialista (antiguo PSOE de Julián Besteiro, aunque también de Luis Arasquistáin, hoy chorreante del pringoso neoconsocialismo del “se puede ser rico y socialista”, incluso del “se debe serlo”: no socialista, por supuesto, sino codiciosa y perversamente rico) es experto en propaganda para incautos. Lo ha sido siempre; hasta ahora. Porque desde ahora, el problema de este partido bien partido —como paulatinamente se irá viendo; si no, tiempo al tiempo— es que la propaganda para incautos, la propaganda incongruente con la realidad, que ésta misma estupefacientemente contradice jornada tras jornada, constituye hoy un medio obsoleto para el asalto al Poder; un buque bélico perforado transversalmente por la información torrencial, miriádica y planetaria de nuestro tiempo. Poco importa que después, presta su marinería de asalto y combate, se apresure a tapar los agujeros, porque estos, letalmente yuxtapuestos y entrecruzados, son tantos que apenas subsanada una vía de agua le acucian otras cien. Se trata, en efecto, de un buque inhábil para el calafateado, es decir, para la mínima e imprescindible recuperación. Por eso, como los «barcos carboneros que jamás han de zarpar», es el neoconsocialista un buque propagandístico condenado en su herrumbre última al onirismo chatarrero del tango más cruel:

Torvo cementerio de las naves que al morir
sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir…

Desde el cementerio civil del neconsocialismo donde yace postrado el PSOE, en vez de descansar en paz, sueñan todavía algunos, fingen soñar o, como Hans Vahiginger diría, hacen como si soñasen con la nueva singladura, entre la idea de repintar el barco —por fuera— y la de un remontamiento de puertos con escalas triunfales. Pero esto ya-no-es-posible. Pues es un hecho que al PSOE de las Juntas de Ofensiva Neocon Socialistas pocos más adeptos le quedan ya que: 1) los rico-socialistas de su intelligentsia perversa y los beneficiarios de sus nepóticas mamandurrias; 2) los incautos que aún abren la boca para sus cucharadas de mentiras y amedrentamientos (v.g.: “la derecha” va a suprimir las becas —Fernando Berlín dixit—, cuando el sistema público de becas en España, la Seguridad Social y tantos otros recursos sociales proceden del franquismo); y 3) la caterva de hooligans que lo secundan, abducidos y recalentados por un prosaico populismo estilo “to p’al pueblo”. El resto (“matrimonio gay”, “Memoria histórica”, “Alianza de Civilizaciones”, “discriminación positiva”, “Educación para la ciudadanía”, “compromiso con las pensiones”, “cheques bebé”, “pacifismo progresista”, “I+D+i” —excepto para el “GPS del clítoris” y la crematística ingeniería de la Cúpula de Barceló—, “Plan E”, “empleo juvenil”, “millones de puestos de trabajo”, “talante”, “otra forma de hacer política” y demás monsergas del catálogo propagandístico para incautos), el resto —digo— quizá le interese a algún Pedro Almodóvar residual o, también, a algún documentalista de los de la ceja descejada.

Propaganda y neoconsocialismo constituyen la misma insustancial sustancia. Por eso he dicho que el PSOE ha comenzado a hacer aguas. Pero como, en rigor, hace tiempo que lo vengo diciendo, a la fecha en que estamos, mi recomendación más humanitaria a su hueste y marinería no puede ni debe ser otra que la del ¡sálvese quien pueda! Que nadie me reclame ni venga después con que no avisé con tiempo suficiente para la recogida de trebejos.

SOBRE LA RETÓRICA DEL GARROTAZO
Mi respetado colega José Luis González Quirós, en su artículo «Una campaña fallida», atribuye a la pereza y el conformismo, especialmente de los dos grandes partidos políticos en liza —PP y PSOE—, la «estrategia de perpetuación de una estúpida batalla entre buenos y malos», para la que no ha dudado en elegir como metáfora iconográfica la Riña a garrotazos de don Francisco de Goya. Por lo visto, ello ha impedido al Sr. Rubalcaba y al Sr. Rajoy —lo mismo que a sus respectivos acólitos— hablar de política, dejándose «de retóricas apolilladas». En el caso del Sr. Rubalcaba, más si cabe: de «coger el toro por los cuernos y, apoyándose en el giro obligado del Gobierno, en lo que ha retirado a Zapatero de la escena, ofrecer un panorama de reformas y de políticas creíbles y atractivas», como lo «habría hecho cualquier líder político con valor»; por ejemplo, Felipe González, quien por cierto ya lo ha hecho: cogiendo el toro por los cuernos políticos de Pepunto-señor Rubalcaba para mostrárnoslo como el miura de la casta progresista.

“Dejarse de retóricas apolilladas” pudiera tener distintos significados, pero el indicado por González Quirós, siendo unívoco, supone por el contrario un ponerse a: «innovar, a hacer política de cara al público, a plantear a los electores españoles problemas reales y alternativas verosímiles en lugar de tratar de entretenerles, vanamente, con argumentos de parvulario.» De todo lo cual colijo que cuando se habla de «retóricas apolilladas» quizá se entienda que las hay acreedoras de más óptima calificación; e incluso, otras, incalificables: «retóricas», simplemente.

Frente a “la retórica del garrotazo” están los «signos obvios de madurez, pacifismo y serenidad política» de la sociedad española. ¡Quién lo diría! ¿No contendrá este oxímoron social un algo también de retórica? —dejo la pregunta sin calificarla, para el caso de que la contenga. ¿O es que los políticos españoles no son, ellos también, sociedad española? Y por otra parte, ¿es razonable que una sociedad con «signos obvios de madurez, pacifismo y serenidad política» se entregue partitocráticamente al retrógrado juego del garrotazo, votando y eligiendo para la gobernación del Estado entre tan lúdicos catapuerquenses? O también, inversamente, ¿cómo se puede tomar en serio y, por lo mismo, elegir a quien políticamente no innova, no hace política de cara al público, no plantea a los electores españoles problemas reales y alternativas verosímiles y, en cambio, trata de entretenerle, vanamente, con argumentos de parvulario? ¿No será todo ello —repito, sin calificarla— una retórica explanada al amparo de aquel estado de las habladurías (Heidegger) en el que se dice y se comenta que “todos (los políticos) son iguales”? De aquí al cambalache social sólo hay dos puntos: «Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor.» En verdad, ¿es que “son iguales” todos los políticos? ¿Es que se puede vivir en la Nada, en la contradicción permanente de un socialismo neoconsocialista? ¿Cabe esperar que, en la caída hacia la Nada, se pueda, ya no digo encontrar bajo ésta, sino, simplemente, asirse a algo? Ética e intelectualmente, ¿es eso —la Nada neoconsocialista— lo que debíamos proponer y ofrecer a cuantos compatriotas, a cuantos hermanos nuestros apenas tienen dedos con que asirse a un algo de esperanza por haberlos destrozado, como lamenta don Dámaso Mayarias, «buscando tajo», rastrillando sangrantemente en las basuras?

Cabe, sin embargo, pensar lo contrario: no sobre la pereza y el conformismo, o la invocada estrategia de enfrentamientos antagónicos, cuyo máximo promotor público anda hoy como estantigua: semidesaparecido, por fortuna, para la salud y el equilibrio anímicos de sus compatriotas, si se exceptúan, claro, los ya mencionados sectarios de la esquelética procesión. En efecto, en el terreno racionalmente pragmático que más nos conviene —el de la gobernación efectiva del Estado—, garantizada la dialéctica parlamentaria, sobre el hablar de política cabe pensar que precisamente es de lo que no hay que hablar. Más que hablar, lo que a un gobierno corresponde es hacer. Hacer lo que a cada cual el tiempo propio impone hacer constituye el imperativo de óptima gobernación, no sólo del Estado, sino también, aún antes, de la persona.

Después de todo, ese “por mí que no quede” que tan a menudo suscribe José Luis González Quirós, fue la principal divisa biográfica de nuestro común y echado en falta Julián Marías; esto es, su “visión responsable” del axioma “hay que hacer lo que hay que hacer”, perteneciente a la Ética de la Elegancia (elegantia, eligere: escoger, elegir) de su maestro Ortega: nulla ethica sine aesthetica —que no hay ética sin estética, y no viceversa. Porque, ¿de qué nos vale, qué Valor tiene una ética en bucle perpetuo, una ética vicaria que no acierta a dejar de repetirse a sí misma adjetivamente, como una rémora, siempre al lado de, absorbiendo la vitalidad, en este caso, de la estética, lo mismo que, en otros, de cualesquiera otras funciones humanas?

La ética no se puede imponer, ni, por lo mismo, confundir con código normativo alguno. En vez de una panoplia para la esgrima contra los demás, la ética pide ser ante todo acción. Ética no es, por ejemplo, decir “hay que perdonar”, o “hay que ser solidario”, sino la acción misma del perdón y la solidaridad. La ética no se dice; simplemente, para evitar el óxido moral, se practica. Por eso Kant consignó bien claramente las acciones éticas en el predio de la filosofía práctica. Así pues, una gobernación ética será aquella que con sus acciones acierte a elegir lo que, en cada caso, hay que hacer. Y así parejamente, en esta tesitura histórica, lo que España necesita es un Gobierno de políticos elegantes, pero no elegantes por sus trajes de sastre gratis —es decir, in-elegantes—, sino auténticamente elegantes en el acierto de su acción pública. De eso se trata: más que de hablar, de actuar con elegancia; ante Europa y el mundo, como verdaderos hidalgos, hijos-de-algo con un cierto valor comunitario, ¿y que mejor que de la elegancia de nuestras acciones?. No hijos de nada, de esa Nada que nadea precipicios frecuentando y tuteando el caos en barra libre, sino hijos-de-algo, del Algo de nuestras acciones ejemplares.

“FACTA NOM VERBA”: HECHOS, NO PALABRAS
Pero a la vez, ese “lo que a cada cual se impone hacer”, hay que hacerlo “eco-nómicamente”, regulando maximus in minimis la casa de uno mismo en lo privado, como en lo público la casa común encomendada, y no al revés: despilfarrando, es decir, consiguiendo irracionalmente lo mínimo mediante los gastos máximos. ¿A qué responsables de una familia con economía en situación crítica se le ocurre sustituir la lavadora, tal vez algo gastada pero que lava suficientemente la ropa de casa, por una nueva y de mayor capacidad? Sólo se me ocurre pensar en una familia con responsables insensatos. Parejamente, ¿a qué Gobierno de un Estado civilizado sumido en una situación social crítica se le ocurre el multimillonario gasto de sustituir unas aceras que cumplían suficientemente con su cometido urbano por otras nuevas de doble ancho y con una desproporción urbanística evidente, además, entre su asiática superficie y la anchura de las calzadas españolas? No, no es esto que hacer: hacer para deshacer; una cosa hoy y mañana la contraria, porque, bajo una misma circunstancia sociopolítica, a ningún Gobierno le es dado sorber y soplar a un tiempo, y si se empecina en el contradictorio empeño, conseguirá paralizar el corazón de su país. Por la taquicardia de un país comienza la quiebra inexorable de su Estado, a la que después sobreviene siempre el resquebrajamiento de la nación. ¿Un ejemplo? Sea: cuando el Estado permite a su Ministra del Ejército solidarizarse con un traidor que grita: ¡puta España!, a la vez que, entornando los ojos como la zorra de las uvas, la misma ministra proclama: ¡viva España!, se puede afirmar que el Estado padece un peligroso carcinoma gubernamental. Porque no es el Estado el que permite, sino el Gobierno que a su través gobierna el que consiente.

Ante la que sí podría llamarse “retórica del despilfarro” y al cuasi sistemático desgobierno implantado en la nación, lo que al gobernante del inmediato porvenir corresponde es gobernar sin contemplaciones; más, todavía, si así lo ha decidido su pueblo. Gobernar no de manera caótica, lo cual, por otra parte, es imposible —Caos y Gobierno son periecos abocados a un mismo desgobierno—; sino gobernar, democráticamente, desde el pensamiento y la acción, porque la acción sin pensamiento equivale al caos. Mas teniendo en cuenta que el pensamiento, que se piensa con palabras, en modo alguno precisa decirse, verbalizarse públicamente, publicitarse: obras son amores y no buenas razones, según el versículo tan escasamente practicado del refranero.

Res, nom verba: realidades y menos palabrería. Facta, nom verba: hechos, en lugar de la logomáquica erística de los “palabros”. Mientras la nación naufraga en el océano de las contradicciones —donde ninguna vida resulta vividera— sería una cándida insensatez lamentarse de que el gobernante no se ponga a discutir sobre la Ley de la gravitación universal, la estocástica imprevisibilidad de los piélagos o el conflicto inveterado entre la divina providencia y el libre albedrío de los hombres. Otros, en efecto, podremos hacerlo. Pero ante un Estado a la deriva, la obligación perentoria e indemorable del gobernante es asir congruentemente con sus manos el gobernalle del país. No cabe más congruencia que la de acertar en la elección.

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© R. Malestar Rodríguez
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(22/11/11)

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Autor

Roberto Malestar Rodríguez

Roberto Malestar (Vigo). Heterodoxo; filósofo —licenciado, graduado y doctorando en filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela. Publicista, ensayista y articulista. Es, además, letrista e intérprete de tangos, folclore hispanoamericano y otros géneros.

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