Rafael Torres – Al margen – Chávez y Dios.


MADRID, 07 (OTR/PRESS)

El extravagante mandatario venezolano Hugo Chávez le ha pedido públicamente a Dios que le conserve la vida. Ante las cámaras de televisión, por si el Altísimo no fuera tan ubicuo como se dice, le imploró más vida, «vida llameante y dolorosa» si fuera menester, y las malas lenguas dicen que la quiere para llegar a los comicios de octubre, donde se juega su tercer mandato presidencial. Pudiera ser, en efecto, que el atrabiliario personaje cifrara en semejante propósito el sentido de la vida, de su vida, pero lo cierto es que, careciendo la vida en general de sentido, Chávez demostraría tener bastante claro para qué desea «llameantemente» conservar la suya. No sería, contra lo que parece, una actitud corriente: lo normal es querer vivir como sea.

A Hugo Chávez se le niega el instinto de conservación tan esencial y característico de las criaturas, y se le busca, con retorcimiento innegable, un plan oculto: «Ajá, lo que quiere éste tío es llegar vivo a las elecciones, menudo pájaro», parecen pensar sus innumerables debeladores. Y, hombre, es verdad que a un candidato presidencial debe hacerle ilusión presentarse lo más vivo posible a los comicios donde han de sustanciarse sus pretensiones políticas, pero no lo es menos, se pongan como se pongan los dichos debeladores, que la vida es lo único que hay, y que si se pierde, encima, se pierde para siempre. A Chávez, que lleva un tiempo padeciendo el calvario de un tumor de difícil arreglo, le ha entrado, sin más, el miedo a morir, y por mucho que le sabemos apegadísimo al poder, al dominio, al mando, a todas esas cosas externas y pasajeras de tan poco momento, es seguro que daría lo que fuera, convertirse en el más anónimo y en el más carenciado de su país, con tal de seguir vivo, pues estándolo se puede uno reinventar, y no estándolo, no.

Ignoro si esa fe religiosa que Hugo Chávez ha interpretado en la televisión le viene de antiguo, o si, por el contrario, es producto reciente de la jindama, del vértigo de saberse con un pie en el estribo. Me da igual: se trata, en todo caso, de un hombre que necesita esperanza, y que, tras buscarla en los quirófanos, en la química y en las radiaciones con menguado éxito, la busca ahora invocando la compasión de un dios. Buscar. No otra cosa es, en realidad, la vida.

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