Francisco Muro de Iscar – Dos buenas noticias.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

En una semana en la que han predominado las malas noticias, hay que hacer lo imposible por levantar el ánimo. Este país necesita reformas de fondo -y ya que la financiera no acaba de hacerse y sigue siendo la gran amenaza en el horizonte- en las filas del Gobierno y en las del PSOE se están poniendo los mimbres para que hablemos de lo que importa, de lo que puede servir para cambiar España y ponerla en onda con lo que debe ser: una nación moderna, competitiva, que mire hacia el siglo XXI.

El PSOE ha buscado a Ramón Jáuregui, una cabeza brillante y un hombre de Estado que luce mucho más en las ideas que en la charca política. Aunque en otro error más le dejó fuera de la Ejecutiva Federal y de la dirección socialista, ahora le ha encargado que coordine un equipo que estudie cuál debe ser el papel de la socialdemocracia española del siglo XXI y revise a fondo la estructura institucional y política del país. El primer asunto es fundamental porque el centroizquierda anda más perdido que nunca -no sólo en España, pero aquí mucho más, entre la tentación de volver al siglo XIX o no hacer nada-, pero el segundo es aún más importante. El Gobierno debería crear un gran equipo multipartidista, de intelectuales, de catedráticos, de «sabios» que pensaran qué Estado necesitamos para dentro de veinte años o treinta años, qué España queremos. Pero como no lo van a hacer, habrá que seguir, si le dejan hacerlo con imparcialidad, el trabajo de Ramón Jáuregui.

La otra buena noticia es la reforma de la Universidad que va a impulsar el ministro Wert y que va a contar con once «sabios». La situación universitaria es de máxima emergencia. Sobran alumnos, sobran especialidades, grados y máster, sobra endogamia y autocomplacencia, sobran Facultades, incluso Universidades enteras. Falta una idea clara de lo que debe ser una Universidad en el siglo XXI, falta rigor y control en la selección del profesorado y en permanencia en las aulas, falta rigor y exigencia a los alumnos. El problema no es sólo de la Universidad, que lo es, sino de toda la educación. Los alumnos llegan mal preparados y con graves carencias incluso en el manejo del idioma y en la compresión. Un fracaso del 30 por ciento, además de un despilfarro intolerable de recursos públicos, y sin que nadie dentro de la Universidad haga autocrítica, es impresentable. Si los niveles de exigencia fueran razonables, no aprobaría ni el cincuenta por ciento. También deberíamos examinar a los profesores y ver si su nivel es el adecuado. Además, una Universidad que ignora lo que viene después, la realidad laboral, se convierte en una fábrica de parados y de subempleados. La Universidad perdió hace mucho el prestigio que necesita España y hay que recuperarlo. Eso sí, haber excluido a la presidenta de la Conferencia de Rectores de ese grupo de «sabios» parece una ofensa premeditada. Wert sabrá porqué.

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