Rafael Torres – Al margen – La escopeta nacional.


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Matar animales por placer revela, lo haga el rey o su último vasallo, una sensibilidad estólida, pero matar elefantes, esas criaturas soberbias e inteligentísimas en riesgo de extinguirse por la brutal acción de su depredador humano, roza, si es que no traspasa, lo escalofriante. Es verdad que la indignación general producida al descubrirse a qué se estaba dedicando Juan Carlos en Botswana, se apoya en parte en una consideración económica, el dineral que emplea el rey en sus diversiones mientras España se sume en la pobreza, pero también lo es que esa razón económica se desprende de una consideración moral, la de que el Jefe del Estado no parece compartir ni mucho ni poco la suerte de sus compatriotas.

Por mucho que los incondicionales de la Corona llamen «deporte de riesgo» a acribillar elefantes, desde la distancia, con potentes y precisas armas de fuego, o que los mismos intenten desviar el foco de la cuestión proyectándolo sobre el asunto menor de si debía o no debía haber avisado al gobierno de sus vacaciones cinegéticas, lo cierto es que la opinión pública discierne con sorprendente lucidez el tema, tanto más cuando se inscribe en un momento particularmente azaroso, llamémosle azaroso, de la Familia Real: sobre el yerno deportista recaen gravísimas acusaciones de saqueo de fondos públicos, el nieto se pega un tiro en un pie con una escopeta, y crece el clamor en demanda de transparencia sobre el coste real de la dicha familia para las arcas del estado, y si compensa.

Irse a Botswana unos días a pegarles tiros a los elefantes cuesta, según la agencia que comercializa ese sindiós y que, al parecer, reproduce en sus folletos la foto del monarca junto al cadáver de un proboscídeo recién abatido, unos seis o siete millones de pesetas. No se necesita demagogia ninguna para ensayar un sencillo cálculo: eso es lo que gana en cinco años el trabajador afortunado, cada vez más escaso por cierto, que conserva su empleo. Tampoco se necesita ser republicano, aunque uno lo es, para entender de otra manera, con otro estilo, la máxima magistratura de la Nación.

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