Fernando Jáuregui – Debatir sobre el estado de la nación siempre es saludable… o no.


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Galopan los rumores de todo tipo en el páramo del silencio. Ahora dicen que el Gobierno, es decir, Mariano Rajoy, quiere suprimir, al menos por este año, el debate sobre el estado de la nación, que viene haciéndose generalmente en julio. No es momento de debates, dicen quienes abonan la tesis, ni de andar aireando los cuchillos cachicuernos con los que la clase política se arremete verbalmente, ni de perder tiempo necesario para la pura gobernación. Si tales tesis prosperan, habrá que repetir el «no es eso, no es eso» con el que, tristemente, hemos saludado algunos disparates políticos en el pasado.

Lo cierto es que a mí algunas fuentes que pueden hacerlo me han desmentido oficiosamente tales planes escapistas: habrá debate, aunque acaso se retrase al otoño, cuando las medidas con las que nos obsequia -vamos a decirlo así- el Consejo de Ministros cada viernes hayan entrado en vigor y hasta, en el mejor de los casos, hayan empezado a surtir efecto.

Yo creo que, incluso en medio del oleaje, debatir acerca de dónde nos hallamos y hacia dónde navegamos siempre es bueno. Si, además, se hiciese con espíritu constructivo y con ánimo de pacto de algunas mejoras para los españoles, mejor. Reconozco que casi siempre salgo insatisfecho del debate anual sobre el estado de la nación, en el que el Gobierno que sea lo ve todo color de rosa y la oposición, negro. Así, claro está, no hay manera de entenderse y el debate se queda en juego dialéctico. Desde ese punto de vista, el acto parlamentario más importante del año carece de otra utilidad que no sea servir de entretenimiento y pasión a una parte de la ciudadanía que aún, siempre optimista, busca razones y explicaciones. Desde ese punto de vista, estimo que también el debate sobre el estado de la nación debería modificar algunos contenidos, dando mayor peso a las resoluciones y presentando algunas de verdadero calado y obligatorio cumplimiento.

Lo que ocurre es que aquí nadie parece estar por el debate en el mejor sentido del término. El silencio oficial es asfixiante -aunque me consta que Rajoy va a replanteárselo en parte, respondiendo a algunos medios-, como asfixiantes son algunas salidas de tono, para mantener el tipo, de la oposición. Y de los sindicatos, enfrentados también a esa necesidad de mantener el tipo, pero sabiendo que ya el 1 de mayo no volverá a ser lo que fue, por ejemplo. Y para muestra basta el botón de la pobre respuesta cosechada en las convocatorias de manifestaciones del pasado domingo. Ellos también, como el Gobierno, como la oposición, como tantas instituciones, como los propios ciudadanos, tienen que replantearse muchas cosas en teoría asentadas, pero ya en almoneda.

Hay que confiar en que el debate sobre el estado de la nación, una de las pocas ventanas abiertas para que la gente de la calle atisbe el estado de ánimo oficial, se mantenga e incluso se mejore. Y que no decaiga, en medio de los más variados pretextos, como ocurrió con el debate sobre el estado de las autonomías, en el Senado, cuando se constató que las cifras que daban unos presidentes autonómicos y otros simplemente no casaban. Así que, en lugar de hacerlas cuadrar, se suprimió el debate en la Cámara Alta, y aquí paz y después gloria. Que no ocurra lo mismo con el de la Cámara Baja: suprimirlo o minimizarlo desprestigiándolo sería una muestra de cobardía política. Al ciudadano hay que explicarle las cosas diciéndole la verdad, no mintiéndole y generando en su ánimo la mayor seguridad jurídica y política a base, entre otras cosas, de permitirle participar en las decisiones de sus representantes, a los que ha elegido y a los que paga por realizar su función. Otra cosa, simplemente, no es democracia, por mucho que se mantenga el voto cada cuatro años.

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