MADRID, 4 (OTR/PRESS)
Banco bueno, banco malo… de momento ninguno se atreve con los ratones. A los efectos de lo que preocupa, los ratones son los llamados «activos tóxicos», eufemismo que remite a los miles de millones de euros que figuran como apuntes contables a cuenta del ladrillo levantado y sin comprador, de los terrenos urbanizables sobrevalorados, de los campos de golf por pagar y de las superficies comerciales hipotecadas y sin clientes. Los expertos no se ponen de acuerdo a la hora de fijar el monto de tanta negrura contable, pero casi ninguno la sitúa por debajo de los cien mil millones. Donde sí coinciden es en diagnosticar que hasta que no concluya la reforma bancaria no volverá a fluir el crédito, lo que quiere decir que, hasta que eso suceda, no habrá recuperación económica.
Personas que han estado hace unos días hablando de este asunto con Mariano Rajoy cuentan que la situación de los bancos es la mayor preocupación del presidente. No es para menos. Entre otras razones porque, según se dice, no todos en el Gobierno están de acuerdo con la creación del llamado «banco malo», una suerte de escombrera financiera a la que transferir los activos tóxicos a la espera de una tasación realista como única vía para su posterior venta a la baja.
Se dice que si dependiera del criterio del ministro de Economía (Luis de Guindos) la cosa estaría encarrilada, pero al parecer la sombra de Rodrigo Rato es tan alargada como las cuentas que tiene en el aire la entidad que preside a cuenta de las alegrías que tuvo con el ladrillo Miguel Blesa, su predecesor en la presidencia de Bankia. De lo que nadie duda es de que si fracasa la reforma bancaria, la reforma laboral por sí misma no generará las condiciones necesarias para salir de la recesión. En esta situación cobra todo su sentido una intervención parlamentaria de Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, en la que, hablando de reformas, invitaba a distinguir entre lo urgente y lo importante.
