Libertad de prensa, un derecho, una obligación, una utopía.

El “Día Internacional de la Libertad de Prensa” sacó a la calle a miles de periodistas en protesta por la situación precaria del sector. El río de la crisis se ha llevado por delante decenas de medios de comunicación y cientos de profesionales. Vaya nuestro apoyo desde estas páginas y el deseo de que a no mucho tardar encuentren el medio donde ejercer la profesión más fascinante de cuantas hay. Lo decía Pulitzer y es cierto, pues si hay un oficio que engancha es el de periodista. Nunca descansamos y nunca desconectamos. Ni sabemos ni queremos. A pesar de los sofocos y a pesar de que la cacareada “libertad de expresión”, no es tal –al menos en su totalidad—, a pesar de ser un derecho constitucional garantizado por las Naciones Unidas, asentado en el principio de “fomentar la libertad de prensa en el mundo, al reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática”.

Decir que la libertad de prensa no existe es una obviedad, y quienes nos dedicamos a la comunicación no sólo lo sabemos, sino que en algún momento de nuestra trayectoria hemos sufrido los efectos de la defensa de la libertad, cuando algún tiranuelo se cruzó en nuestras vidas, víctima a su vez de un tirano mayor, que compraba o “alquilaba” –según el decir de algunos empresarios de la prensa—, voluntades. Casi todo periodista se ha visto obligado a cambiar el enfoque de una noticia, por exigencia del redactor jefe, aunque eso implicase faltar a la verdad. Hay que decir que con mucha frecuencia, el tiempo y el dinero van difuminando la verdad, y en no pocas ocasiones el profesional de la comunicación acaba convertido en un mero comisario político al servicio de la “verdad” que interesa difundir. No es éste el momento de contar batallitas, pero las hay y bastante jugosas.

Los medios de comunicación social, nacidos como un servicio a la sociedad, han ido degenerando hasta convertirse –no siempre y todos, pero sí más de lo deseable— en servidores de intereses ajenos al ciudadano, utilizando muchas veces la desinformación, cuando no la mentira. Randolph Hearst, cuando le dijo a su reportero: “usted facilite las ilustraciones que yo pondré la guerra”, en alusión al hundimiento del Maine en la bahía de La Habana, estaba dando una clave para la comunicación del futuro. “El poder de un periódico es la mayor fuerza dentro de cualquier civilización”, decía el magnate. Poco más de un siglo después, y sin llegar a los extremos de esperpento amarillista de Ciudadano Kane –al menos en la estética—, los grandes imperios de la comunicación rigen los designios del mundo, sobre todo, a través del audiovisual. Voy a centrarme en la televisión, por ser el medio más popular y cercano, y el que más influencia ejerce en el ciudadano medio. La televisión, creada para informar, educar y divertir, se ha ido apartando de sus fines primigenios hasta transformarse en un staff de los ideólogos del nuevo orden mundial, con el cometido de arraigar tendencias, modas e ideologías. En definitiva, cambiar la naturaleza del hombre. No importa que vaya en contra de lo que se considera recto. No importa que destroce valores que a lo largo de cinco mil años de historia han ido enraizando en nuestra cultura. La seducción subliminal del mágico juguete es capaz de moldear el pensamiento del hombre que, sin darse cuenta, va configurando actitudes y formas mentales completamente ajenas a sus principios básicos; o, cuando menos, dosis de tolerancia inesperada le hacen concebir opiniones relativistas y banales.

Que la televisión está cambiando al ser humano es algo asumido. Hace más de una década que Giovanni Sartori alertaba sobre la influencia de la televisión en el mundo civilizado, jugando con los términos homo sapiens en cuanto a ser único entre los primates por su capacidad simbólica, y homo videns, el ser humano actual que está perdiendo la capacidad de abstracción, que ve aunque no entienda, porque lo importante es el bombardeo de imágenes.

Muchos años antes, George Gerbner y su grupo de investigación, a pesar de las críticas de sus detractores sobre su teoría del cultivo, establecieron que la televisión “cultiva” una serie de opiniones, tendencias e ideologías que acaban instaurándose en la sociedad. La televisión, no refleja la realidad; nos muestra una realidad ficticia que acaba imponiéndose. Y, anteriormente, el denominado “determinismo tecnológico” de McLuhan dibujaba un cambio de paradigma social debido a los medios audiovisuales de un futuro electrónico próximo que transformaría el mundo en una aldea global. Ya quisieran los exegetas de Nostradamus que sus profecías tuvieran el rigor de las del profesor canadiense.

La globalización nos ha hecho compartir intereses comunes pero, a través de los medios audiovisuales, se ha globalizado la vulgaridad, el mal gusto, la violencia y la maldad. Lo peor de la sociedad lo tenemos presente en las pantallas a dosis elevadas. Las cotas de violencia son exageradas e irreales porque eso genera audiencia. Por fortuna, niños no asesinan a niños a diario, ni jóvenes matan a sus padres con una catana influenciados por los dibujos manga. Sin embargo, lo que se visiona ejerce una influencia en la vida cotidiana de las personas. Ello, por una parte, crea el efecto imitación o contagio, y por otra, desencadena un estado de pesimismo generalizado y la necesidad de que el papá Estado nos proteja; y para protegernos es necesario que nos controle; y para ello tenemos que entregarle nuestra intimidad e incluso nuestros pensamientos. Es el sueño de todo régimen totalitario.

La televisión muestra cierta realidad, que bien teledirigida alimenta a la masa que se mimetiza una y otra vez en los patrones de conducta que transmiten las imágenes. Violencia y sexo en TV es, a menudo, un binomio inseparable. La delincuencia y los delitos en general han aumentado exponencialmente en los últimos años. Algunos expertos culpan a la TV de la violencia sin causa de niños y adolescentes. Se imita lo que se ve, y lo que se emite no es precisamente un modelo a seguir. Lo saben los políticos, los accionistas de las cadenas, los gestores, los patrocinadores, los educadores y los padres. ¿Quiénes son los responsables?

El nuevo modelo de TV es una parodia de lo que debe ser un medio cuyo fin último –así era en su origen—es entretener y divertir. Hoy no se busca la excelencia, ni siquiera la calidad, sino lo rentable. Cuota de pantalla, share o rating son palabras mágicas con la categoría de mantrams que los responsables de los programas invocan en un continuo sin vivir. Los nuevos divos y divas televisivos que ponen cara y voz a los programas, así como sus directores y guionistas están en consonancia con esta nueva tendencia destructiva en la que la aniquilación de los valores parece ser su cometido principal. No es que estos profesionales sean gente depravada o ligera per se; ellos no son sino un eslabón más de la cadena de transmisión del mensaje, pero sí hay que decir que sintonizan muy bien con el perfil demandado por “los dueños de las conciencias”, y no suelen hacer demasiados ascos a la hora de transmitir a la audiencia contenidos del guión que por grotescos o zafios, cuando no inmorales, les hubieran hecho sonrojar hace unos años.

Los dating shows, los realities o los talk shows en los que personajes anónimos cuentan sus desgracias, son un ejemplo. El resto del arco lo ocupan series de dudoso gusto, donde se hace apología de la violencia, la promiscuidad o se denigra a la mujer y los valores en general. A este respecto dice Eugeny Zhukov: “Haciendo un paralelo evolutivo de la televisión, me doy cuenta de la involución de la educación en la pequeña pantalla. Los programas educativos desaparecieron poco a poco, para ser reemplazados por reality shows (concursos donde la cantidad del premio es inversamente proporcional a la dignidad de los participantes); novelas cuyo fin es vender morbo; noticieros (sangre, deportes y tetas), y nada más”.

Dice Kart Popper que la valoración de la televisión ha de hacerse en clave moral y no de audiencia. Él, que era muy crítico con la TV, sobre todo al final de su vida, ya empezaba a vislumbrar el papel manipulador de este juguete mágico. Decía que un medio es bueno cuando ayuda al crecimiento y desarrollo del individuo y, por extensión, de los pueblos. Y en contraposición es negativo si propicia el falseo de la realidad o impide la evolución de los seres humanos en un sentido íntegro. La televisión no debe deseducar, y los contenidos televisivos no deben herir la sensibilidad de los telespectadores.

El filósofo y sociólogo francés, Jean Baudrillard, que tiene una idea pésima de la televisión debido a su poder de manipulación, no piensa nada bien de la sociedad. Cree que las masas no tienen ningún interés por la información, que se conforman con signos e imágenes porque el hombre ha perdido la imaginación, y el pensamiento único ha tomado cuerpo en la sociedad.

UNA CRÍTICA A LOS INFORMATIVOS DE SUCESOS

Y si hablamos de los informativos, los espacios más serios de la televisión, éstos han ido perdiendo su identidad de portavoces de la información seria y se han ido transformando en magacines de sucesos, aderezados con imágenes que, a menudo, no contribuyen a una mejor comprensión del hecho narrado. En teoría, son los espacios serios de la televisión y así es comparativamente con el resto de la programación. No obstante, el cambio social propiciado por los medios de comunicación electrónicos exigió que los telediarios perdieran su aspecto adusto y casi “académico” para convertirse en una especie de mezcolanza cuasi amarillista donde una gallina que nace con dos cabezas o el desfile de ropa interior de Victoria Secret tienen el mismo valor informativo que la bajada de la bolsa o el descubrimiento de una vacuna contra la malaria. No estamos reivindicando los telediarios de estudio a la vieja usanza, en los que un periodista serio hacía una crónica de lo acontecido de relevancia en el mundo. La imagen es importante, pero sólo si completa o complementa la información. En la actualidad se practica una suerte de fraude consentido imponiendo imágenes sucesivas, sin sustancia, que no contribuyen a una mejor información, sólo por captar la atención del espectador pasivo. No importa si lo que se locuta y muestra tiene calidad o es un pseudoacontecimiento creado artificialmente para la televisión, o es noticia propia de tabloide si se puede conseguir un mayor share.

Los informativos hoy nos dan las noticias políticas, cada uno con un enfoque dependiendo de la ideología del grupo mediático al que pertenece la cadena. Los de los canales públicos –salvo excepciones como el modelo BBC— suelen representar al Gobierno de turno a quien tratan con guantes de seda, por lo que son harto previsibles, y cuando conviene sustituyen la información por la desinformación, es decir, información engañosa al más puro estilo de la KGB o la CIA, como sostiene Postman. Esto ocurre sobre todo en las campañas electorales o con temas tan polémicos como el cambio climático, los recursos energéticos, las guerras o la defensa de la vida.

Algunas cadenas privadas también subinforman y desinforman a favor del Gobierno como contribución al peaje por las subvenciones de las que viven. Es difícil subsistir siendo libres e independientes pero hay medios de comunicación que consiguen salir a flote dando buena información.

Los sociólogos han remarcado la tendencia de los informativos a contar todo lo cercano, aunque no sea trascendente ni tenga carácter de noticia. Hoy, los espacios de información transforman en noticia lo trivial y lo anecdótico. Cada informativo dedica tres cuartas partes de su tiempo a lo banal o a noticias irrelevantes propias de programas especializados. Pongamos como ejemplo las promociones musicales de los cantantes del momento, los desfiles de moda y la publicidad de las películas de determinados directores-actores-productores mimados por el sistema.

Este interés en hacernos partícipes de lo cercano nos aleja del mundo y crea apatía y desinterés por los acontecimientos que sí son de relevancia social y política. Sartori narra un hecho que sintetiza lo que estamos diciendo. Cuando la ABC retransmitió en directo, en 1989, uno de los acontecimientos más importantes de los últimos tiempos, como es la caída del Muro de Berlín, tuvo la cuota de pantalla más baja de todos los programas emitidos en esa franja horaria. Dice el sociólogo a este respecto que “si las preferencias de la audiencia se concentran en las noticias nacionales y en las páginas de sucesos es porque las cadenas televisivas han producido ciudadanos que no saben nada y que se interesan por trivialidades”.

NADA MEJOR QUE IMÁGENES DE CATÁSTROFES O ASESINATOS PARA GENERAR AUDIENCIA

No ha pasado inadvertido a los expertos el hecho de que las noticias internacionales ocupen escasos minutos del espacio informativo. Ello contribuye a la aldeanización que preconizaba McLuhan. La aldea global ha hecho de los habitantes de las antípodas nuestros vecinos, y sus problemas los nuestros, pero sólo mientras duran las imágenes. En la aldea global interconexionada no estamos mejor informados. Neil Postman dijo a este respecto estas esclarecedoras palabras: “Con toda probabilidad, los americanos son hoy la población que más entretenimiento tiene y la menos informada del mundo occidental”. En efecto, se refiere a los múltiples canales que emiten desde hace años. La idea podemos extrapolarla al resto de los países civilizados.

Hoy conocemos mejor lo anecdótico del mundo, pero desconocemos lo relevante. De Indonesia, sólo se habla cuando hay un tsunami; del Caribe, cuando algún huracán azota sus costas; de Haití cuando hay un terremoto. En estos casos, desafortunadamente, hay decenas, cuando no cientos de muertos que mostrar, familias que lloran por sus familiares, y destrucción por doquier. Cuanta más desgracia más audiencia, y las imágenes se nos muestran incluso en tiempo real y captan nuestra atención durante el momento que las vemos en la pantalla, sin apenas darnos tiempo para la reflexión porque otras imágenes se encadenan en una suerte de video-clip vertiginoso. Quizá a lo “global” habría que ponerle el término de “relativo”, pues la televisión sólo nos muestra una parte de la “aldea”. ¿Qué se nos emite de China? Los Juegos Olímpicos o la feria internacional a donde acuden a abrir mercado los Gobiernos y comerciantes de los países del Norte. Está bien, pero en China hay miles de personas viviendo en condiciones infrahumanas a los que el tan publicitado crecimiento económico ni los toca. En China llevan años asesinando niñas con la complicidad del silencio de “todos los informativos del mundo”. Lo mismo podemos decir de India y de toda el África negra. ¿Qué información nos sirven en los telediarios? Ninguna.

Este nuevo modelo de informativo empezó en Estados Unidos con la competencia de las cadenas en su lucha por la audiencia. La CBS, paradigma de la información norteamericana, llegó a justificar la baja calidad de la información arguyendo que es una cuestión de preferencia de los espectadores, y si la audiencia sube con hechos luctuosos o terremotos y huracanes hay que ofrecer eso. Lo expuesto queda sintetizado en estas palabras de la biografía de Walter Cronkite, La vida de un reportero, publicada en 1996: “En un tiempo efectivo de 21 minutos teníamos que resumir el universo humano de ese día. Era imposible, pero intentábamos realizarlo con seriedad. Actualmente, no lo hace casi nadie: los telediarios agitan al público para aumentar la audiencia. […] La televisión no puede ser la única fuente de noticias, no está preparada para ello. Los falsos debates televisivos, los eslóganes, los anuncios publicitarios, los foto-flash, todo esto transforma la política en teatro”.

Ésta es la realidad. Pero además, los telediarios son tan poco originales y competitivos que no les importa divulgar los mismos contenidos, incluso las mismas imágenes, y seguir fielmente los comunicados de las agencias de prensa. Existe incluso la teoría de que los informativos tienen poca calidad debido al bajo nivel intelectual y profesional del personal. No podemos estar de acuerdo. Creemos más bien que la tiranía de la tendencia obliga. Muchos profesionales de la comunicación –me consta—, estarían encantados de hacer una televisión mejor, en todos los aspectos. No obstante, hay que tener presente que las noticias, sobre todo las de importancia mundial, se presentan de acuerdo a lo que dicta el sistema. En no pocas ocasiones, noticias de gran relevancia internacional, o no se emiten o llegan al ciudadano distorsionadas y completamente manipuladas para servir a los intereses del establishment internacional. Los think tanks y las grandes agencias de prensa tienen mucho que decir a este respecto.

La prensa digital se está imponiendo. Hace unos años, lo que no leíamos en el periódico que llegaba al buzón de casa o no veíamos en el informativo, no existía. Hoy, la situación es diferente. La imagen del desayuno y el gran periódico abierto sobre la taza de café es casi anacrónica, a la vez que algo nostálgica. La información digital en tiempo real es la gran revolución del periodismo del siglo XXI.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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(04/5/2012)
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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