MADRID, 8 (OTR/PRESS)
El marasmo informativo que nos ahoga ha relegado a un segundo puesto la ruptura de hecho entre el lehendakari socialista del País Vasco, Patxi López, y el líder del Partido Popular vasco, Antonio Basagoiti. Durante tres años, el pacto no escrito entre ambos ha funcionado muy razonablemente bien; claro que hay distancias enormes entre los pensamientos de ambos, y sus procedencias ideológicas y sociales deberían haberlos separado más que unido. Pero han mantenido el pacto contra viento y marea, a base de mutuas cesiones, carraspeos cuando convenía, mirar hacia otro lado también cuando era preciso y tolerancia, mucha tolerancia. Rara avis todo ello en la hirsuta política española. Siempre he dicho que yo mismo, reticente a cualquier clase de compromiso político, me apuntaría sin vacilar, para lo que fuese, a un gobierno de coalición encabezado por ambos, indiferentemente de cuál de los dos fuese el presidente.
Pero la tormenta ha sido más potente que el paraguas. Tanto Basagoiti como López tienen sus extremistas, que les tiran del brazo cuando creen que sus «patrocinados» van demasiado lejos. Y la situación en Euskadi no es, desde luego, fácil. Como no lo es ningún final de proceso que acabe con el terrorismo, un terrorismo que es la pesadilla de todos, vascos y no vascos, desde hace cuarenta años.
Esta ruptura, que es preelectoral, tendrá consecuencias, malas consecuencias, temo. Para los socialistas vascos y para los «populares» vascos. Creo que este fin de pacto va a dejar el gobierno de Euskadi en manos de los nacionalistas (por decir lo menos) y creo que es un paso negativo para la plena integración de esta comunidad con el resto de España. Lástima: en lugar de caminar hacia el Gran Pacto a escala nacional, vamos hacia atrás, como los cangrejos. A este ritmo, acabaremos cocidos.
