Antonio Casado – El caso Bankia.


MADRID, 9 (OTR/PRESS)

Cinco minutos antes de abandonar su despacho en una de las torres inclinadas de la plaza de Castilla, la mayor ilusión en la vida de Rodrigo Rato no era precisamente trabajar al dictado de su antiguo colaborador y hoy ministro de Economía, Luis de Guindos. Si además la gente podía sospechar que en el acceso al terapéutico dinero público gozaría de trato de favor por parte de un Gobierno del PP, su propio partido, y en esto estaba de acuerdo con el presidente Rajoy, se acaba de entender la caída del exministro de Economía de Aznar y presidente de Bankia hasta hace un par de días.

Fuera de discusión queda que, en todo caso, estamos ante una firme intervención del Gobierno para evitar la quiebra de una entidad bancaria de múltiples ramificaciones accionariales en el sistema productivo español. De ahí el calificativo de «sistémico» que se aplica al riesgo adosado a dicha entidad. De ahí la posibilidad no descartada por Rajoy de que el Gobierno acuda a salvarla con dinero público. Y de ahí también que el hombre de la calle alucine ante la facilidad con la que se habla de miles de millones de euros para sanear bancos, mientras se cierran hospitales en nombre de la austeridad o se desaloja por impago a cientos de familias de sus viviendas.

No termina ahí el estupor del ciudadano sin otro foco que el del sentido común para alumbrar lo que ve. Piensa con fundamento que no es sistémico hacer las cosas mal, como el propio Gobierno reconoce ahora que se han hecho en Bankia desde el punto y hora en que, además de un plan de viabilidad, reclama una mejora de la gestión. Lo cual deja en muy mal lugar al exvicepresidente y ministro de Economía, Rodrigo Rato, competidor de Rajoy por la sucesión de Aznar.

Así es. Cualquiera puede darse cuenta de que nada tiene de sistémica la decisión de juntar un banco bueno con seis malos con la esperanza de obtener uno grande y bueno, que es más o menos lo que ocurrió con Cajamadrid y lo que ahora le cuelga con las adherencias de otras cajas provinciales o regionales bastante averiadas. Tampoco tiene nada de sistémico hacer trampas en los balances (activos inmobiliarios sobrevalorados, por ejemplo), entregarlos fuera de plazo o cruzar los intereses de los partidos políticos en la dirección de este tipo de entidades.

Una cadena de errores que desaparecen en la coartada del necesario auxilio a un banco «sistémico». La coartada hubiera sido innecesaria si se hubieran hecho las cosas bien. No es operativo lamentarlo cuando se trata de prevenir males mayores. Pero de constar en acta como prueba de que la gente no se chupa el dedo y al menos reclama su derecho al pataleo. Aún así se daría por bien empleado el uso de dinero público si salvar a Bankia deja fuera de toda sospecha al resto de nuestro sistema bancario. Ya veremos porque no está claro que se pueda devolver el color a la manzana podrida sin sacarla del cesto donde estás las demás, supuestamente sanas.

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