Fernando Jáuregui – Si no hay diálogo… nos vamos.


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Confieso que este miércoles 16 de mayo ha sido para mí un día de lo que podríamos llamar «bajón político». Asistí en el Congreso a la sesión de control parlamentario al Gobierno. Me esperancé levemente cuando Alfredo Pérez Rubalcaba ofreció a Mariano Rajoy iniciar un diálogo y acordar medidas y soluciones para la gravísima crisis económica -y pienso que moral_ que vive el país. Pero poco dura la alegría en casa del pobre: Rajoy se limitó, como antes había hecho en su encontronazo con Rosa Díez, a enumerar, sin la menor autocrítica ni la más mínima duda, los sectores en los que está procediendo a introducir reformas («hacemos lo que tenemos que hacer») y solamente en los últimos segundos del rácano tiempo asignado a este trámite parlamentario se refirió a la oferta de diálogo del socialista. «Es bueno hablar con ustedes», respondió Rajoy al líder del PSOE, «pero me gustaría que hubieran apoyado algunas leyes que hemos traído aquí». Y no hubo nada más.

En apenas cuatro minutos, incluyendo una meteórica comparecencia ante los agolpados periodistas en los pasillos, el presidente del Gobierno resumió la situación: estamos haciendo lo que tenemos que hacer, que es lo bueno para el país aunque no vaya a traer soluciones a corto plazo. Eso, y que hay que defender el euro, fue todo. Cuando una periodista logró elevar su voz para preguntarle si llamaría a Rubalcaba a La Moncloa, Rajoy, sin responder, dio media vuelta y regresó a la paz e intimidad de su despacho. Causa finita.

En aquellos momentos, la prima de riesgo española se encaramaba por encima de los quinientos puntos, una cifra que justificaría, si la UE así quisiera o pudiera hacerlo, una intervención pura y dura de la economía de nuestro país. Y, claro, los viejos problemas que atañen a la Corona, al Tribunal Supremo, al Banco de España, a la situación de Grecia -que tanto nos afecta-, a la «cumbre» franco-germana, a las televisiones públicas, al estado autonómico, ahí estaban, como el dinosaurio de Monterroso, cuando Rajoy despertó de su larga incomparecencia ante el Parlamento y apareció por la Cámara Baja, convertida ya casi en un mausoleo donde las apariencias laborales son cada día más preveraniegas, por decirlo de un modo suave.

Me empeño en repetir que es deber de todos no tolerar, ni facilitar, la quiebra de este Gobierno, donde tantos elementos positivos pueden encontrarse, junto con alguno que otro negativo; España no puede ni acercarse a cualquier situación política «a la griega» (o a la asturiana, si se me permite), faltaría más. Así que considero un deber contribuir al fortalecimiento del Ejecutivo Rajoy y a no permitir que las peleas políticas sean ahora lo que prime. Creo que hasta el propio Rubalcaba, cuya oferta de diálogo me parece ahora sincera, así lo ha entendido. Creo que Rajoy perdió una espléndida oportunidad de anunciar este mismo miércoles que llamará al líder de la oposición, y también a los de los otros grupos parlamentarios, en busca de un gran consenso básico que poder presentar ante Europa, ante las autonomías, ante las fuerzas sociales, ante los ciudadanos en definitiva.

Considero peligrosa la actuación, fría y distanciada, del señor Rajoy en este su fugaz regreso parlamentario: parafraseando el célebre anuncio de un refresco, corre el riesgo de que si no hay medidas espectaculares -y son muchas las que pueden y deben adoptarse-, si no hay diálogo con la sociedad representada por la clase política… nos vayamos. O, al menos, nos vayamos al garete.

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