Isaías Lafuente – Desplome.


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

«El problema real de España es que nadie cree al presidente del Gobierno». Con esta frase lapidaria describió en 2010 la actual vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, la situación que a su entender vivía el país. La cita textual serviría hoy. En este jueves negro, el gobierno sacó adelante los recortes de Sanidad y Educación en la soledad de su mayoría absoluta, mientras a unas decenas de metros del Congreso de los Diputados la Bolsa temblaba con el desplome de Bankia, que llegó a caer casi un 30% a mitad de la jornada en una sesión de pánico, mientras la prima de riesgo seguía coqueteando con el abismo de los 500 puntos.

Junto al desplome económico, está el político, visualizado en la invisibilidad del presidente. El gobierno está justificando cada uno de sus radicales recortes en la excepcionalidad de la situación, pero ese diagnóstico sobre el momento crítico que vivimos no se compadece con la actitud pública de Mariano Rajoy, ausente ante los periodistas y ante las cámaras legislativas en una semana negra. Su cita semanal en la sesión de control parlamentario se antoja una respuesta minúscula frente a la envergadura de los acontecimientos. Y si con la nacionalización de la cuarta entidad financiera del país, los monumentales recortes en materias en las que se comprometió a no aplicar las tijeras, y la prima de riesgo bordeando las fronteras de la intervención no se siente aludido por la llamada ciudadana, podemos dar por descontado que esa será su actitud en el futuro.

Es verdad que no hay nada nuevo bajo el sol, que esta actitud displicente que mantiene el presidente Rajoy es la misma que exhibió mientras fue líder de la oposición. Pero no entender que las circunstancias y su circunstancia han cambiado es el mejor termómetro para medir la altura política con la que se enfrenta a los acontecimientos. Sus hagiógrafos subrayarán que la estrategia le sirvió para llegar al poder, mientras sus rivales marchitaban irremisiblemente. Pero convendría recordar que recorrer ese camino le llevó ocho años. Y parece claro que hoy no disponemos ni de ocho años ni de ocho meses ni, para algunas cosas, siquiera de ocho días. El desplome de Bankia, que en ese plazo ha pasado de vivir en el olimpo del sistema a cotizar a precio de saldo, es el paradigma. Y su sede corporativa, instalada en una torre inclinada, el icono de la situación que vivimos.

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