MADRID, 18 (OTR/PRESS)
Eclipsada por los impactantes sucesos en Afganistán y Siria, la situación en Irak continúa siendo preocupante. La convivencia entre los tres grandes grupos en los que se divide la población, suníes, kurdos y el mayoritario chií, arrastra numerosos problemas, que no han hecho sino manifestarse tras la retirada definitiva de las tropas norteamericanas del país.
La democracia instaurada en un país donde la pertenencia a una confesión o a una etnia está por encima de cualquier otra consideración para muchos de sus habitantes, trajo el vuelco de las relaciones de poder, que pasó de estar mayoritariamente en manos suníes con la dictadura de Saddam Husein, a las chiíes, con el presidente Nuri al Maliki a la cabeza. Desde entonces la pugna por mantener y aumentar las respectivas cuotas de poder y riqueza constituyen el día a día de Irak. Esto afecta muy negativamente a la gobernanza del país y dificulta su estabilización y progreso. Una buena prueba de estas dificultades es el atípico acontecimiento de la orden de busca y captura del vicepresidente suní, Tariq al-Hashemi, que huído del país está siendo juzgado en rebeldía en estos momentos mientras permanece oculto presumiblemente en Turquía. Está acusado de encabezar la resistencia suní, organizando y financiando asesinatos de autoridades y líderes chiíes, jueces y altos funcionarios, mediante métodos incluso terroristas como la utilización de coches bomba, lo que inevitablemente ha provocado el aumento de la tensión entre ambas comunidades.
Sin embargo hay motivos de esperanza, que pueden alejar el siempre presente fantasma de la guerra civil. Uno de ellos es la notable recuperación del sector petrolero. El pasado mes de abril Irak alcanzó la producción que tenía en el momento de la invasión de Kuwait ordenada por Saddam Husein, con perspectivas de un fuerte crecimiento en parte para paliar en los mercados el embargo del crudo iraní. Esto está impulsando enérgicamente la economía y dotando al gobierno de los recursos para emprender nuevos programas y proyectos. Sin embargo precisamente esta riqueza creciente está causando fuertes discrepancias a causa del reparto de la misma, sobre todo entre Bagdad y la región norte del Kurdistán, que reclama la autogestión de sus grandes recursos petrolíferos. Además está alimentando una corrupción cada vez mayor.
Otro elemento positivo es la conciencia que los grandes grupos políticos han adquirido acerca de la necesidad de disminuir las tensiones políticas. Aunque las acusaciones a Maliki sobre una tendencia autoritaria en el ejercicio del poder, con acusaciones incluso de ser un nuevo Saddam Husein, son frecuentes, lo cierto es que el grupo mayoritario en el parlamento, Iraqiya, ha mejorado sus relaciones con el gobierno, rotas tras la emisión de la orden de detención del vicepresidente, disipando por el momento el peligro de la caída del gobierno, que está en minoría en el parlamento, y la necesidad de un nuevo proceso electoral.
El hecho de que Interpol haya aceptado los argumentos iraquíes, implicándose en la persecución del vicepresidente al-Hashemi, no deja de ser un nuevo apoyo de la comunidad internacional a Maliki. Y es que, aunque pueda no ser un presidente y un gobierno perfecto, posiblemente es el mejor posible para Irak y sus actuales circunstancias. No en vano encabeza el sector político chií que se ha mostrado más independiente respecto a la gran influencia iraní. Este es posiblemente su principal aval ante la situación de tensión que el programa nuclear persa provoca.
Sería negativo para la estabilidad del país que las fuerzas políticas iraquíes provocaran la caída del actual gobierno, lo que significaría un posible recrudecimiento de la violencia en el país y un mayor acercamiento a un Irán cada vez más aislado y en horas bajas tras los embargos internacionales, la crisis económica interna y la sangrienta revuelta que ha llevado a su principal aliado, Siria, a un futuro incierto.
